
Estaba prevista pasara lo que pasara. Javier Zabala había anunciado que después de volver de Bilbao se reuniría a cenar en Logroño con algunos de … sus fieles para cenar. Y cumplió, aunque obviamente, la alegría no fue igual que si hubiera cenado con la chapela puesta.
Aunque el resultado que se dio en el frontón Bizkaia no fue el deseado, y Zabala tendrá que esperar para ponerse la chapela del Cuatro y medio, el pelotari riojano cenó con algunos de los amigos y familiares que le habían acompañado a la capital vizcaína. La cita se hizo esperar porque tras el partido llegó la atención a los medios, algunas citas protocolarias, saludos varios (entre ellos al presidente del Gobierno de La Rioja, Gonzalo Capellán, y el director general de Deportes, Diego Azcona, que se desplazaron a Bilbao para asistir al partido) y vuelta para casa. El autobús con los seguidores esperó hasta la salida del pelotari de la instalación, y tras los pertinentes abrazos, se puso rumbo a Logroño.
Los aficionados llegaron a Logroño pasadas las diez de la noche, y algunos de ellos, se citaron en el restaurante El Cid de la calle Industria, otrora también lugar elegido por otros pelotaris locales para celebrar viejas chapelas. Allí también acudió Zabala que pudo soltarse y comenzar a valorar el mérito de un subcampeonato, que inicialmente le había dejado un sabor muy amargo.
En la cena, con algunos excesos por parte de alguno que había comenzado la jornada demasiado fuerte a su llegada a Bilbao, se brindó por los éxitos que aún estar por llegar. En la mente de todos estaba que tanto a Titín III –el gran referente de la pelota riojana- como al propio Peio Etxeberria, verdugo de Zabala en la final del domingo, les costó dos derrotas previas en finales antes de poder colocarse la chapela de campeón. En la cena hubo cánticos, se jaleó al riojano y se brindó para que no sea necesario dos años más de espera en el caso de Zabala, y todo el mundo se emplazó el año próximo en el mismo escenario para repetir brindis, pero ya con la chapela de campeón.
Para endulzarle el mal sabor de la derrota, uno de sus amigos le obsequió con una tarta que incluía una gran foto suya, en un frontón, celebrando un tanto, en un gesto habitual del delantero de Aspe.
Tras la cena, los más valientes (y algunos de los más castigados) todavía continuaron la fiesta algunas horas más, apurando el horario nocturno de los establecimientos hosteleros de la ciudad. No fue una celebración de campeonato, pero sí de subcampeonato.
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