Un año después del 14 de julio de 2024, todavía persiste el enigma sobre las razones que llevaron a un joven de 20 años, Thomas … Matthew Crooks, a disparar contra Donald Trump en un mitin en Butler, a las afueras de Pittsburgh (Pensilvania). Un atentado realizado con un fusil AR que hubiera cambiado la historia de Estados Unidos, y posiblemente del mundo entero, si milagrosamente el entonces candidato republicano a la presidencia no hubiera girado la cabeza de modo que el proyectil le rozó únicamente la oreja derecha. Lo que aquella bala mágica sí está transformando a grandes pasos es el aparato de protección presidencial. Sean Curran, actual director del Servicio Secreto nombrado por Trump, ha anunciado que habrá «reformas sustanciales».
El FBI y la Inteligencia de la Casa Blanca mantienen una evidente frustración. Doce meses después, no existe un móvil para el intento de asesinato más allá del más simple: Crooks cumplía con el perfil de individuo que termina por causar una matanza en su antiguo instituto o en un supermercado, solamente que eligió la figura del líder republicano. Es la explicación más plausible y la que menos contenta a quienes esperaban una conspiración internacional o un crimen político.
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¿Pudo ser posible que un postadolescente sin entrenamiento riguroso tuviera a tiro al potencial presidente de EE UU?, se preguntan todavía hoy en el FBI, que, con Trump todavía en el hospital con la oreja vendada, trató de vincular al tirador con una trama iraní. Crooks ya no podía ser interrogado. Un francotirador del Servicio Secreto -que acompañaba al candidato desde principios de ese mes en todos sus actos ante el temor precisamente a un atentado dirigido por Teherán- le abatió en el mismo tejado del cobertizo al que el homicida se había encaramado mientras afinaba la puntería.
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Siempre ha existido un miedo profundo en la seguridad presidencial y la propia Administración estadounidense a que un individuo asocial y solitario, por su cuenta, sin ayuda alguna y desde luego muy alejado de la idea de un espía o un terrorista internacional, fuera capaz de matar a la primera autoridad del país. Crooks encarnó ese pánico pese a que el magnate aún no había llegado a la Casa Blanca; la pesadilla de que pudo haberle volado la cabeza al mismísimo Trump en medio de una general pasividad.
La sombra de Hinckley
El atentado contra John F. Kennedy en 1963 volvió a hacerse presente. Y sobre todo, el sufrido por Ronald Reagan el 30 de marzo de 1981 a la salida del Washington Hilton Hotel. Muy parecido en el fondo.
Los disparos de John Hinckley Jr. todavía resuenan 44 años después en los pasillos de la Casa Blanca como un ejemplo de fallo clamoroso en la protección al presidente, que en aquel momento solo llevaba 70 días en el cargo. Nadie en el cortejo de seguridad descubrió que aquel joven mezclado entre la multitud deseosa de saludar al mandatario en la calle, a solo unos pasos, portaba un revólver Rohm RG-14. Nadie pudo pararle antes de que apretara seis veces el gatillo. Crooks disparó ocho balas: una rozó a Trump y otras tres impactaron en el público, Un espectador murió.
8
veces
logró disparar su fusil Thomas Crooks antes de que fuera abatido. Mató a un espectador e hirió a otros dos.
45
minutos
pasaron entre que el joven llegó a Butler, controló el lugar, subió al tejado del cobertizo y disparó a Trump.
Reagan resultó herido por un proyectil rebotado, una bala ‘Devastator’. Prohibida en el mercado y conocida por incorporar una pequeña carga explosiva que revienta al golpear contra el cuerpo. El presidente tuvo suerte, La munición, defectuosa, no explotó y se detuvo a menos de tres centímetros de su corazón. Dos policías y el jefe de prensa de la Casa Blanca, James Brady, resultaron heridos. Brady sufrió un balazo en la cabeza, quedó discapacitado y nunca se recuperó. Continuó como jefe de prensa nominal de la Administración y luego se dedicó a impulsar el control de armas hasta su muerte en 2014.
La sombra de que aquel atentado se repitiera en Butler alteró Washington. El paroxismo fue tal en la Fiscalía dirigida por Merrick Garland y en la agencia federal de investigación, cuyo director era Christopher Wray, que enviaron a tres agentes a Texas para interrogar a un supuesto espía iraní, detenido ante las sospechas de dirigir una red de reclutamiento de pistoleros para asesinar a políticos. El FBI se basaba en un rumor sobre una posible orden de Irán para matar a Trump. Pero los investigadores regresaron de vacío.
Dos agentes corren hacia un extremo del entarimado apuntando hacia el lugar del que surgieron los disparos.
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Crooks y Hinckley guardan algunos paralelismos. Este último tenía 25 años cuando atacó a Reagan, su único motivo parecia surgir de una paranoia obsesiva con la actriz Jodie Foster y fue diagnosticado de tres trastornos mentales. Hoy vive a 240 kilómetros de Washington, pero todos sus movimientos están limitados.
Las claves
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Incredulidad.
El FBI aún se pregunta cómo un joven de 20 años sin formación pudo tener a tiro al potencial presidente. -
El motivo más probable.
La investigación equipara su perfil con el de un tirador de masas solitario que quiso hacerse famoso. -
Conspiración.
La agencia federal y la Fiscalía intentaron vincularle a una trama iraní sin ningún éxito -
Fallos de seguridad.
«Lo ocurrido fue inexcusable», critican los senadores, que hablan de múltiples equivocaciones. -
Dilación e imprecisión.
El pistolero permaneció fuera del radar en gran medida por los errores de los agentes al comunicarse. -
Llamativo.
La Cámara se asombra porque no hubiera ceses ni sanciones pese a que Trump pudo haber muerto.
El autor del disparo contra Trump también padeció un proceso de deterioro psicológico. De buen estudiante, lector de un club de matemáticas y brillante alumno de ingeniería pasó a convertirse en un joven obsesionado con acumular materiales explosivos en su casa -donde se localizó una bomba casera- y hasta 25 armas de fuego, con las que practicaba en un salón de tiro. Colaboraba en una residencia de ancianos cerca de su domicilio familiar, a una hora y media de Butler. Carecía de amigos. A menudo hablaba solo. Bailaba en su dormitorio hasta la madrugada, Sus padres, en la habitación contigua, asistían al empeoramiento de su salud mental. La Policía cree que finalmente todo detonó en su interior y actuó solo para hacerse famoso.
El Senado publicó este domingo un informe sobre la investigación desarrollada durante el último año, La conclusión es clara: Crooks se aprovechó de una montaña de errores en el dispositivo que debía cuidar de Trump, unido a una notoria ausencia de efectivos de escolta. «No se trató de un solo error. Fue una cascada de fallos evitables», manifiesta el Comité de Seguridad Nacional y Asuntos Gubernamentales, que incluye a senadores republicanos y demócratas.
Ni el fiscal Garland ni el director del FBI Wray, que trabajaban para el Gobierno de Joe Biden, siguen en el puesto. Se fueron ante la depuración de altos cargos de la etapa demócrata emprendida por Trump tras su investidura. Pero existe una constante que ha alarmado a los senadores. «Lo ocurrido fue inexcusable» y, sin embargo, nadie acabó cesado. «El pueblo estadounidense no se merece algo así», apostilla la comisión. Ni siquiera los demócratas han podido evitar que en la resolución haya una velada crítica a la laxitud al Ejecutivo de Biden.
El público sentado detrás del escenario intenta buscar protección.
Reuters

Hasta el mes pasado, con la revisión del comité bien avanzada, no se tomaron medidas: seis miembros del Servicio Secreto fueron suspendidos de sueldo, aunque únicamente entre 10 y 42 días. El profesional a cargo de las comunicaciones aquel día fue exonerado a pesar de que transmitió incorrectamente la alerta de un policía que había visto merodeando a un joven con un telémetro junto al perímetro del mitin veinticinco minutos antes de que el candidato subiera al estrado. El pasado junio el agente se jubiló.
La polémica está servida. La preocupación en Washington estriba en si el hecho de que no hubiet habido un atentado presidencial en 44 años obedece a la efectividad del Servicio Secreto o a que nadie lo había intentado antes de Crooks. Un comité ha analizado durante meses el funcionamiento de este departamento y revisado 75.000 páginas de informes relativos al atentado y lo que ha encontrado dista mucho de la aceptación: fuga de agentes experimentados a otros empleos, fatiga, escasez de efectivos en medio de una durísima campaña electoral, errores humanos y de comunicación e incluso cierta complacencia después de décadas sin graves sobresaltos.
Michael Bay, pancartas con salmos y una salvación divina
Donald Trump contrató a Sean Curran para dirigir el Servicio Secreto tras su investidura presidencial, Queda claro que Estados Unidos orbita en una trayectoria diferente al resto. Curran es el agente que se echó sobre él y le protegió de las balas de Crooks en Butler. Pero también es amigo de Michael Bay, el director de películas como ‘Armaggedon’, ‘La Roca’ o la franquicia ‘Transformers’, y le pidió el favor de grabar un épico anuncio que incentivase el reclutamiento de agentes,
No se sabe qué ha sido más efectivo, si la mano de Bay o la ola de patriotismo posterior al atentado, pero la cuestión es que las solicitudes para ingresar en el Servicio Secreto han aumentado un 250%, con 21.000 solicitudes por encima de la media entre enero y mayo de este año.
El ataque ejerció un gran impacto en la sociedad estadounidense, pero sobre todo en el movimiento MAGA, y es posible que incluso impulsara a su líder a la Casa Blanca. Quién sabe. En el profundo imaginario trumpista, el republicano fue salvado por intervención divina y muchos dicen vivir una nueva época espiritual desde Butler. «Dios me salvó para hacer a Estados Unidos grande de nuevo», declaró Trump en su investidura. No es extraño que en las carreteras que conducen a aquel pueblo haya grandes vallas publicitarias con salmos escritos.
Enlace de origen : Trump, un año después de la bala mágica