
A los muertos les dan igual las razones y las consecuencias. Como decía William Munny, ya han perdido todo lo que tenían y todo lo que podían llegar a tener. Es a los vivos a quienes nos corresponde sacar conclusiones por ellos. Aunque las cuentas sean desoladoras y al final descubramos con tristeza que las muertes fueron en vano.
¿Han servido de algo las decenas de miles de cadáveres que ha costado este último estallido de racismo, de violencia tribal, de crueldad insultante … en Oriente Próximo? Hace mucho que Dios no responde a las preguntas de los hombres enfrentados al mal, así que nuestras conclusiones solo pueden ser humanas y falibles. Ojalá, digamos, tal cantidad de sufrimiento tenga alguna consecuencia que no sea la más evidente: otra vuelta en la espiral, cada vez más ancha, más feroz y más alejada de la humanidad. El inicio de otra cuenta atrás hacia la siguiente.
Una conclusión: Israel ya no conserva ningún escrúpulo válido. Parte de su población siempre ha sido partidaria ferviente del genocidio, de convertir a los palestinos en los judíos alemanes de 1940. No ha habido reacción popular suficiente en Israel ante lo que estaba ocurriendo: el pueblo hebreo ya ha dado el paso necesario para convertirse definitivamente en una Esparta moderna, un estado militar que solo es capaz de existir con la esclavitud y el sometimiento de sus vecinos, a quienes, en realidad, no considera ciudadanos, personas.
Otra conclusión. El terrorismo es, como en casi todo ejemplo conocido, un cáncer para el pueblo en cuyo nombre se perpetra. El sentimiento de desesperación que impulsa movimientos como Hamás es una excusa; su crueldad es equiparable a la de enfrente, solo que con menos medios. Y el resultado es siempre el mismo: muerte y una certeza amarga, que si el balance de fuerza militar se invirtiera, el genocidio solo cambiaría de dirección, no de intensidad.
Palestinos e israelíes han decidido en los últimos años ponerse en manos de los más extremistas. La suya es la misma elección que está tomando buena parte del resto del mundo, alimentada deliberadamente por esa máquina de enfadar que son los algoritmos. El planeta que vamos heredando, camino ya del fin del primer tercio del siglo XXI, es uno que se regocija en el odio.
Un lugar sin misericordia, en el que el fuerte culpa al débil de sus males y le arrebata la condición de humano. Y ese es un mundo de mierda: pregúntenselo a los muertos.
Viernes
Logroño
El temido conciertódromo
A Logroño le vendría bien un recinto en el que cupieran unas 10.000 personas. La capital riojana no tiene ningún lugar de esas características, y eso pesa a la hora de entrar o no en los grandes circuitos musicales. Hay que reconocer lo obvio: Calahorra o Santo Domingo presumen cada año de actuaciones nacionales e internacionales de un nivel que la capital riojana no ha visto en décadas.
El problema es el dónde. Los vecinos que reciban ese regalo en su barrio pagarán las molestias y, como bien demostró la reacción al Muwi de este año, la tolerancia a la molestia continuada y nocturna es muy reducida.
¿Lo ideal? Un sitio que no estuviera habitado en su entorno inmediato, pero que a la vez no esté demasiado lejos. Un lugar apartado, pero no demasiado, y pese a todo bien comunicado desde el casco urbano.
Una cuadratura del círculo, en fin. No envidio al Ayuntamiento la tarea de encontrar un lugar así dentro de Logroño.
Viernes
Nobel
El premio de Corina
El Nobel de la Paz reconoce a María Corina Machado, una mujer valiente en su pelea contra un régimen dictatorial. Es, digamos, un Nobel estándar: para eso nació este premio, para honrar a quienes pelean por los derechos que otros poderosos no quieren reconocerles. Por eso es curioso, aunque tristemente no sorprendente, el indisimulado desprecio de quienes en España se sienten más cerca de la dictadura que de quien la combate.
Porque una es «de izquierdas» y la otra «de derechas». Ay.
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