
Cada Tour es un libro que se abre el primer día y se cierra en París; cada etapa es una historia para contar a los … nietos, desde los tiempos inmemoriales de Maurice Garin que ya se glosaban en las páginas amarillas de l’Auto. La de la carta que Teresa Nistal le envió a Grenoble a Paquillo Cepeda, su primo, y que nunca llegó al remitente, porque se mató en una recta del Lautaret cuando le reventó el neumático. El 14 de julio se cumplían 90 años. Y las historias o historietas que más de un siglo después se siguen escribiendo cada día, de las más grandes a las más chicas; cada ciclista tiene su relato que contar después de una etapa, o de un Tour.
Como la de Ben Healy, porque el corredor irlandés supo a mitad de etapa, que tenía por delante su gran oportunidad y derramó hasta la última gota de sudor para conseguirla, sin escatimar ni una pedalada, a sabiendas de que en la última subida, la de Mont-Dore, otros se aprovecharían de su esfuerzo generoso pero a la vez egoísta para cumplir ese plan de vestirse de amarillo que intuyó cuando supo que por detrás, los líderes jugaban al gato y al ratón, al tacticismo. El Visma queriendo y no pudiendo y Pogacar dando la sensación de que podía pero sin querer demasiado, porque un Healy con el jersey de líder no le preocupa, e incluso le alivia de las obligaciones del maillot amarillo hasta que lleguen los días decisivos y la carrera se ponga seria. Es el primer irlandés que encabeza el Tour desde que Stephen Roche lo consiguió en 1987.
Por las escarpadas carreteras del Macizo Central, que -todo evoluciona-, aparecían recién asfaltadas para alivio de los ciclistas, que escuchaban historias no tal lejanas sobre pisos rugosos, estrechos y bacheados, se planteó una guerra de nervios entre los aspirantes al trono de París, simplificando, Pogacar y Vingegaard, y una escapada, previsible, con un grupo numeroso de componentes. Al danés se le filtraron dos de su equipo, Campenaerts y Yates, pero el líder, que bastante tenía con lamentar que Sivakov corriera enfermo todo el día, no metió a ninguno de los suyos.
En esas situaciones parece inevitable un cierto cosquilleo de preocupación por lo que pueda pasar. Apoyado por Soler, Narváez y Politt, el líder del UAE marchaba tranquilo en apariencia, pero con la procesión por dentro. No resultaba descartable una emboscada en un territorio verdaderamente propicio para provocarlas, entre bosques y colinas, algunas de ellas que no puntuaban, pero con enjundia de puertos de categoría. Mientras delante abrían camino los Castrillo, Lenny Martínez, Woods o Hinley, y en la cola sesteaba Yates, en el pelotón estaba el fuego encendido, pero la caldera no llegaba a entrar en ebullición, así que los helicópteros seguían sobrevolando castillos en ruinas y palacios.
Colina arriba y colina abajo, de vez en vez se aventuraba el Visma de Vingegaard a testear las piernas de Pogacar, impasible el ademán, pero Kuss y Jorgenson, o se quedaban solos en su esfuerzo, o recibían la medicina del propio líder, que como quien lava, en un par de pedaladas se colocaba a su altura, mientras hacía sufrir a la corte de seguidores que debía retorcerse para enlazar por detrás. Entre los sufridores viajaban Carlos Rodríguez y Enric Mas.
En busca del maillot
Ganaba distancia la fuga y entonces entendió Ben Healy, ganador en solitario en Vire en la sexta etapa, que esta vez la historia que debía escribir no iba a ir de levantar los brazos en la meta sino de recoger el leoncito del Credit Lyonnais en el podio, que la caza menor está bien, pero hay cosas más importantes, como vestirse de amarillo. Así que se puso en cabeza, sin importarle no recibir ni un relevo, para mantener la diferencia o aumentarla, a sabiendas de que cualquier arreón final de Pogacar, Vingegaard y su corte celestial, podrían acabar con su nuevo sueño.
Incansable, con esa forma de pedalear que agota a quien le observa, mirando de soslayo la muchedumbre que abarrota las cunetas, Healy trabaja y trabaja, y nunca desiste, aunque en el comienzo de Le Mont-Doré, ve cómo Simon Yates, ganador del Giro, una de las bestias del Visma y del Tour, le sobrepasa para ganar la etapa. Y detrás, Ben O’Connor, y luego Arensman. Pero él está disputando una cronoescalada, y así consigue superar al primero cuando desfallece, llegar tercero y sumar cuatro segundos de bonificación.
Y sí, Pogacar no se aguanta y ataca, solo Vingegaard le sigue, pero después recapacita y se contiene. Piensa en las ventajas de ceder el amarillo y Healy, en la meta lo celebra.
Enlace de origen : Pogacar le cede el amarillo a Healy