
Una etapa llana en la primera jornada de La Vuelta es uno de esos trenes que solo pasan una vez en la vida. A Jasper … Philipsen, que le tiene cariño a la carrera en la que empezó a ganar en el olimpo ciclista, se le apareció bajo el sol de justicia del Mediterráneo. Andaba de veraneo con sus compañeros Mathieu van der Poel y Gianni Vermeersch, de risas entre Calpe y Benidorm, mientras se recuperaba de la caída que le hizo abandonar el Tour. Desde un barco lo vio pasar y se subió al convoy del desquite. El belga sacó el ticket con su equipo, el Alpecin, al que le dijo que quería ir al Piamonte a ganar y vestir el maillot de líder. Un calco del inicio del Tour. Dicho y hecho.
El campeón de la Milán-San Remo de 2024 es de los mejores sprinters del mundo y el mejor de la ronda de este 2025, que nunca en 90 años (y 80 ediciones) se lo ha puesto fácil a los ciclistas que brillan en el llano. No había un sprint en la jornada inaugural desde 2007 en Vigo. Ganó Daniele Benatti. Un italiano. Un hilo del que tirar. La organización se fue a Italia a buscar una volata. Eligió Novara, donde en el Giro habían ganado Eddy Merckx (1968) y Tim Merlier (2021), dos belgas. Ahora son tres, con Philipsen, formado en el equipo Axeon de Axel Merckx y rival de su compatriota por ser el rey de la velocidad ciclista.
En el Tour no hubo duelo. El primer día Merlier se quedó cortado y en el tercero, en un sprint intermedio, la bici de Philipsen se enganchó con la de Coquard. El belga acabó en el hospital con la clavícula rota y dos costillas y el francés pidiendo perdón entre lágrimas, abrumado por los mensajes de odio recibidos en redes sociales. A buen seguro que el del Cofidis, séptimo este sábado, descansó mejor tras verle levantar los brazos y subir al podio. Primer líder del Tour y ahora lo es de La Vuelta. Una anécdota para arrinconar en la memoria, más valorada por los corredores. Por su valor económico, por un lado, como por su valor estético y sentimental. «Lo pasé muy mal mentalmente por lo del Tour», recuerda. Ahora, a sus 27 años, ya le queda un salón imponente con el maillot amarillo y el rojo. El rosa del Giro podría conocerlo el año que viene.
De Novara es Giuseppe Saronni, hombre rápido italiano, que se defendía en los repechos y maldecía en la alta montaña. Ganó el Giro más aburrido de la historia, en 1979. Quitaron todos los puertos para beneficiar a Francesco Moser, con el que se llevó a matar, y un coche tiró a Knudsen, el noruego que iba a dejar a los italianos sin victoria. También ganó el de 1983 gracias a dos camareros. El director del equipo de Roberto Visentini trató de comprar a los sirvientes del hotel para que echaran laxante en la sopa del piamontés. Estos avisaron a la Policía y Saronni logró su segundo Giro vestido con el maillot de campeón del mundo y sin apretones innecesarios. Meses antes le pagaron para debutar en La Vuelta y ganó dos etapas a medio gas ante las críticas de que estaba de paseo. Ambas al sprint.
Todo estaba predestinado desde la salida en La Venaria Reale, un majestuoso complejo barroco que servía de pabellón de caza para la familia Saboya. El Versalles italiano, porque en cada país hay un palacio parecido al francés. En España están el de La Granja de San Ildefonso y el de Cudillero. Nada más terminar el largo paseo neutralizado por Turín (13 kilómetros), frente al monumento del campeonísimo piamontés Fausto Coppi, se formó la fuga de rigor. Alessandro Verre (Arkea), Joel Nicolau (Caja Rural), Hugo de la Calle (Burgos), Koen Bouwmann (Jayco), Pepijn Reinderink (Soudal) y Nicolas Vinokurov (Astana) se escaparon con el aliciente del primer premio de montaña.
Una fuga maniatada
Nada de repechos con pancarta como en el Tour. Un señor puerto de 6,5 kilómetros. Serpenteante, boscoso, de carretera estrecha y con lo más duro al final. Vinokurov fue el primero en atreverse. Impetuoso, como su padre. Reinsdejers le adelantó y siguió a tope. Quedaba un kilómetro. Joel Nicolau controlaba. Se acercaba. Lo veía. Hasta que apareció por detrás Verre, el segundo de la penúltima etapa del Giro, la de la Finestre y Simon Yates, rebasando a todos y coronando en cabeza la cima del Alto de la Serra.
Con semejante apretón y el pelotón siempre por debajo de los dos minutos, se acabó la concordia. Pelearon hasta por un sprint intermedio. Las migajas. Capturados todos a 85 kilómetros de meta, todos menos Hugo de la Calle. Al joven asturiano de 21 años, que arrasó como júnior en 2022, le dejaron rodar por delante casi otros 40 kilómetros más de camino a Novara, la cuna del queso Gorgonzola, al que le faltó picante antes del sprint.
El Visma ejerció de patrón de la carrera en los kilómetros finales. Una vez pasaron la frontera de protección y sintieron que Vingegaard estaba seguro, se apartaron y dejaron que los demás se jugarán la etapa. Ahí apareció el Alpecin y no el Lidl-Trek de Pedersen. Junto a la valla derecha, Philipsen siguió a su lanzador Planckaert y salió como un disparo para redimirse del Tour. Segundo fue Vernon (Israel) y tercero Aular (Movistar), aunque muy lejos del dominador. «Había que aprovechar, que hay pocas oportunidades». Este domingo, el primero de los once finales en alto. El más suave.
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