Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962), ganadora del Planeta con ‘Victoria’ y autora de ‘La sospecha de Sofía’ y ‘Últimos días en Berlín, regresa a la capital alemana para celebrar la publicación conjunta de estas tres novelas que comparten escenario. «Berlín es el termómetro moral de Europa», dice su autora recorriendo sus plazas y avenidas repasando el legado histórico que nutre su ficción. Cree que no aprendemos las lecciones del pasado y que los once principios de Joseph Goebbels siguen ahí, reciclados por políticos y ciberactivistas a través de las redes sociales y la inteligencia artificial.
Berlín fue epicentro de la Segunda Guerra Mundial y tablero de la Guerra Fría. Un territorio partido en cuatro zonas por los aliados y doble escaparate del capitalismo y el comunismo. «Para Stalin -y después para Jrushchov- la prosperidad de Berlín Occidental, apuntalada por el Plan Marshall, era una provocación intolerable», asegura la escritora. De ahí surgió primero el bloqueo de 1948-49 y luego el muro alzado de la nada el 13 de agosto de 1961. «Berlín condensa todo lo que no debió suceder: el auge del nazismo, la devastación de los bombardeos, la fractura totalitaria y la posterior carrera propagandística por la hegemonía mundial», asegura Sánchez-Garnica.
La escritora en un túnel de espionaje en el Museo de los Aliados.
Javier Ocaña

Ese paisaje de devastación moral y vital es el trasfondo de las tres novelas que Planeta republica juntas y que tanto han ampliado el espectro de lectores de Sánchez-Garnica. ‘La sospecha de Sofía’ (19 ediciones) mostró el control de la Stasi sobre la intimidad; ‘Últimos días en Berlín’ (finalista del Planeta, con 17 reimpresiones) narra la caída del Reich y la llegada del Ejército Rojo, y ‘Victoria’ (8 ediciones) culmina el trío con una huida del nazismo que desemboca en otro autoritarismo, el norteamericano del racismo y a caza de brujas. «Los totalitarismos mudan de rostro, no de alma, y su combustible sigue siendo la propaganda», resume la escritora.
Y el letal mago de la propaganda en la que tantos se miran hoy es Joseph Goebbels, «el ministro nazi que popularizó los receptores de radio baratos para inocular mensajes de odio». Hoy los «altavoces» son gratis y caben en un ‘smartphone’. «Cambian los soportes, no las tácticas: apelar a las emociones, la repetición incesante, la creación de enemigos, la simplificación extrema y generar miedo», enumera Sánchez-Garnica, que abandonó X tras los atentados del Hamás el 7-O al comprobar cómo el odio viral reproducía al milímetro el manual goebbelsiano. «La velocidad y el alcance actuales habrían hecho las delicias del ministro de Hitler», ironiza.
Anestesiados
Ese paralelismo le sirve para advertir sobre la fragilidad de la memoria: «Llevamos demasiadas generaciones en una confortable burbuja; creemos imposible otro conflicto catastrófico en el corazón de Europa, pero la Historia demuestra lo contrario», dice. Ucrania y Gaza son ejemplos de esa barbarie que se normaliza. «Seguimos con nuestras vidas mientras caen las bombas sobre gente que hasta ayer vivía como nosotros», se duele. Cree que la saturación informativa nos anestesia y hace acríticos «Cuando todo es inmediato nada se digiere, y donde no hay digestión, crece la manipulación», alerta.
En los tejados de la terminal del aeropuerto de Tempelhof. Ante un avión británico ‘Hastng’ del puente aéreo de Berlín en la Guerra Fría en el Museo de los Aliados, y en la escalinata del Ayuntamiento de Schöneberg donde John F. Kennedy dio su histórico discurso el 26 de junio de 1963, con su tres novelas berlinesas.
Javier Ocaña



Identifica hoy «fascismos de todos los colores»: el ‘naranja’ de Trump en los Estados Unidos y el ‘rojo’ en la Rusia «del zar estalinista» de Putin y en el «comunismo capitalista antioccidental» en la China de Xi Jimping. «Hoy no hay bloques nítidos como en la Guerra Fría. Dirigen el mundo líderes muy locos, ególatras e imprevisibles con armas nucleares y formidables sistemas de propaganda». «Vivimos en un equilibrio precario, en un conflicto mundial que no sabemos dónde nos llevará. Basta un algoritmo mal calibrado para incendiar el ánimo de millones de personas con el combustible del odio y el miedo», lamenta.
Se resiste a novelar este convulso presente. «Necesito distancia. Con la actualidad pegada a la nariz mi mirada sería muy subjetiva», dice. Prefiere escudriñar el pasado para iluminar el ahora, convencida de que la ficción es un simulador ético. «Cuando el cerebro apenas distingue entre experiencia real y narrada, ponerte en la piel de otros despierta empatías que un titular no consigue», asegura una autora que dedica meses a visitar archivos, recoger testimonios y recorrer a pie los escenarios de sus novelas. «Las calles hablan si se las escucha con atención», dice recorriendo la antigua Avenida Stalin del Berlín Oriental, la legendaria Unter den Liden de la puerta de Brandemburgo a la Alexanderplatz o el tejado del imponente aeropuerto de Tempelhof.
La ciudad aún ofrece lecciones incómodas sobre libertad, memoria y propaganda. «Berlín es un espejo que nos devuelve una imagen que no queremos ver. Y la literatura, una luz que obliga a mirarnos sin filtros», afirma. En tiempos de algoritmos todopoderosos, leer esa imagen es el primer paso para no repetir la historia que Goebbels, con otro nombres y canales, aún se empeña en dictar «y que tantos políticos compran»
Su fascinación por Berlín no se agota. No descarta otra novela centrada en los años veinte, con la República de Weimar humillada por el Tratado de Versalles oscilando entre una libertaria euforia creativa y el miedo al colapso, preludio del nazismo que exportaría su «ciencia» propagandística. «Aquella década de libertad desbocada, inflación, pobreza, conspiración fue un caldo de cultivo extraordinario» señala.

La escritora en la antigua Avenida Stalin, hoy Karl Marx Allee, en el coraon del Berlín oriental, donde vivieron algunos personajes de ‘Victoria’.
Javier Ocaña
«Lo que vemos hoy en redes ya estaba incubado allí, solo que en cafés en lugar de pantallas», dice reconociendo las virtudes divulgativas de las redes, pero alertado de sus riesgos. «El anonimato protege a los odiadores y a la propaganda encubierta». Para conjurar la manipulación insta a informarse y pensar. «Contrastar datos exige esfuerzo, pero es la única defensa frente a los falsos e interesados mensajes. Si no lo hacemos otros decidirán por nosotros». Para ella escribir y leer «son actos complementarios de resistencia intelectual». «Escribir es saltar al otro lado del espejo» y leer, «situarse frente a él».
No suelta prenda sobre su décima novela. Lleva cien páginas que ni su marido y lector de confianza, ha podido espiar. Tras el verano llegará la adaptación cinematográfica de ‘La sospecha de Sofía’, dirigida por Imanol Uribe y protagonizada por Álex González y Aura Garrido. «El cine condensa en una imagen lo que yo desarrollo en cuatro páginas. Solo pido a los productores que conserven el título y la esencia».
Enlace de origen : Paloma Sánchez-Garnica, escritora: «Los totalitarismos mudan de rostro, no de alma»