
Una neumonía complicada con problemas vasculares y cardiacos puso fin el lunes a la vida a Dick Cheney, el «vicepresidente de EE UU más peligroso … de la historia», según Joe Biden. Falleció en su cama a los 84 años rodeado de su familia. Además de su papel como arquitecto de la invasión de Irak que desestabilizó Oriente Medio con el pretexto de armas de destrucción masiva inexistentes, utilizó la lucha contra el terrorismo para expandir la capacidad de espionaje, dentro y fuera de EEUU, mediante la llamada ‘Ley Patria’.
Su carrera política está llena de hitos oscuros. Como jefe del Pentágono desde finales de los años 80, supervisó la Guerra del Golfo y la invasión de Panamá, antes de pasar a la industria privada para presidir al gigante petrolero Halliburton, cuyos intereses llevó al Gobierno cuando fue elegido vicepresidente de Bush hijo. «La gente dice que no luchamos por petróleo. ¡Por supuesto que sí!», reconoció el senador del Partido Republicano Chuck Hagel. El presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, lamentó que fuera «una verdad incómoda decir lo que todo el mundo sabe: La Guerra de Irak fue mayormente por petróleo», escribió en su libro ‘La Edad de la Turbulencia’. El propio subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, reconocería en 2003 durante una entrevista con ‘Vanity Fair’ que si se decantaron por la excusa de las armas de destrucción masiva fue «porque era el único argumento en el que todos podíamos ponernos de acuerdo».
Como amigo de la familia desde que trabajó en el Gobierno de Bush padre, y destacado petrolero de Texas, Cheney resultó ser el hombre perfecto para ganarse la confianza del joven e inexperto gobernador que arañó 535 votos a Al Gore con su apellido y el apoyo de los cristianos protestantes.
Pronto se habló de él como «el verdadero poder en la sombra». Los atentados del 11-S de 2001 le dieron la oportunidad de rematar la jugada inacabada de 1991 en Irak, además de lanzar la invasión de Afganistán para capturar a Osama Bin Laden y aprovechar el miedo al terrorismo para una guerra sucia de la que no renegaba. «Si queremos tener éxito, debemos trabajar también el lado oscuro, por así decirlo», avisó cinco días después de los atentados, en el programa de televisión ‘Meet The Press’.
Bajo su dirección nacieron las ‘guerras preventivas’ y se acuñaron términos eufemísticos para burlar la legalidad, como ‘combatientes ilegales’, ‘técnicas de interrogatorio mejoradas’ o ‘minería de datos’. En su guerra contra el terrorismo se generalizó la tortura en Irak y Afganistán, aunque también hubo cárceles secretas en Tailandia, Pakistán, Yemen, Polonia, Rumanía, Lituania, Ucrania, Macedonia, Bosnia y Herzegovina y Kosovo, según un informe del Consejo de Europa y de la Corte Europea de Derechos Humanos.
Torturas
Cuando todavía no existían las redes sociales, las fotos de Abu Ghraib se hicieron virales. La humillación de llevar a cuatro patas a iraquíes desnudos con grilletes y cadenas al cuello como si fueran perros era una degeneración gráfica poco habitual. Cheney defendió con convencimiento que «tenía que hacer lo que fuera necesario para proteger a EEUU» y reconoció haber autorizado el uso del waterboarding -ahogamiento simulado aplicado más de cien veces a Khalid Sheikh Mohammed-. Con fría serenidad, explicó en entrevista que lo volvería a hacer. Desde su punto de vista, la lucha contra el terrorismo «es un negocio duro, sucio y desagradable», pero en ese juego «somos mejor que ellos», aseguró.
Cheney fue la encarnación de una época en la que el poder dejó de sonrojarse, gracias al cheque en blanco del miedo. Como destacado peso de la formación conservadora desde que fue jefe de gabinete de Gerald Ford en 1975, bajo su influencia el Partido Republicano transitó del conservadurismo pragmático al neoconservadurismo belicista, inyectó el corporativismo a las grandes decisiones de gobierno y reforzó las alianzas del sector empresarial y petrolero.
Paradójicamente, se convirtió en la voz moral del partido, representando a la vieja guardia que se escandalizó con la llegada de Trump, del que fue muy crítico. Tras el asalto al Capitolio de 2021, acompañó presencialmente a su hija, la congresista Liz Cheney a la Conferencia del Partido Republicano, de la que fue expulsada por negarse a decir que a Trump le habían robado las elecciones. «El partido que ayudé a construir ya no existe», lamentó.
Enlace de origen : Muere a los 84 años el exvicepresidente de EE UU Dick Cheney, el cerebro de la guerra de Irak