Mis recuerdos delante del féretro del Papa

«Don’t stop! No foto!» (¡No se pare! ¡Nada de fotos!) Tras la espera de varias horas en las interminables filas que surgen de la plaza de San Pedro del Vaticano, las miles de personas que pasan por la capilla ardiente del Papa Francisco sólo pueden detenerse 3 ó 4 segundos ante el sobrio ataúd que contiene los restos mortales de Jorge Mario Bergoglio. Está colocado delante de esa maravilla del barroco que es el baldaquino de Bernini, en la parte central de la basílica vaticana, muy cerca del lugar donde reposan los restos del apóstol. Si te presentas con una acreditación de la Sala de Prensa de la Santa Sede, los agentes de la Gendarmería vaticana que regulan los flujos tienen un poco más de paciencia, te dejan quedarte unos segundos más y te da tiempo a reflexionar durante un instante. Siempre impresiona tener delante un cadáver, más aún si se trata de una persona hacia la que sentías afecto y a la que le reconoces una talla extraordinaria. Eso no quita para que metido dentro de su caja forrada de rojo, a Bergoglio se le vea chiquito, casi encogido, con la nariz más aguileña de como la lucía en vida y un lívido en la parte izquierda del rostro, probablemente post mortem aunque parecido al que tenía hace unos meses cuando se dio un golpe en la barbilla con la mesilla de noche.

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