El periodista y corresponsal de guerra Antonio Pampliega (Madrid, 1982) vivió 299 días secuestrado por Al Qaeda en Siria. Tras esa experiencia, volvió a los … conflictos para seguir contando la verdad, pero con otra perspectiva ya que el miedo no decide por él y la vida es lo primero. Ayer visitó Logroño para participar en el encuentro ‘Testigos del conflicto’ y reflexionar sobre la profesión, el riesgo y la memoria.
– ¿En un mundo cada vez más polarizado, ¿qué significa hoy hacer buen periodismo?
– Ponerle luz a tanta oscuridad. Vivimos rodeados de ruido y de odio en las redes. El periodismo debe ser un faro entre tanto caos. Por eso somos importantes y por eso, a veces, nos matan: porque tienen la intención de que el mundo permanezca a oscuras.
– ¿Qué le empujó a seguir siendo corresponsal de guerra después del secuestro en Siria?
– Durante el cautiverio me planteé qué hacer con mi vida si salía con vida. Quise retomar mi profesión y demostrar que el miedo no puede paralizarte. Hoy ya no cubro conflictos como antes; tengo una hija y ella es lo más importante. Pero en aquel momento volví porque quería probarme y porque decidí que mi miedo lo manejo yo.
– ¿Qué aprendió en aquellos 299 días de cautiverio que aún aplica al periodismo o a la vida?
– Que ningún reportaje vale la vida de un periodista. Hasta entonces arriesgué mucho y eso contribuyó a que nos secuestraran. Aprendí a ser más precavido y también a valorar la vida. Hay que vivir y disfrutar, no solo trabajar.
– ¿Por qué decidió contar su experiencia a través de la ficción en ‘Cowboys en el infierno’?
– Pensé en un ensayo, pero llegaría a pocos. Siempre me había gustado mucho Pérez-Reverte y quería que la gente entendiera qué hacemos y quiénes somos, como él en ‘Territorio comanche’. La ficción me permite contar cosas que de otro modo no podría, preservando la verdad sin comprometer a nadie.
– ¿Cómo se mantiene la objetividad cuando el periodista presencia tanto horror?
– La objetividad no existe. Existe la honestidad. Cuando estás viendo cómo sufren los civiles, tomas partido por la gente que sufre, pero siempre con rigor puesto que no puedes dejarte manipular ni hacer propaganda de ningún bando.
– ¿Cómo se cuida uno después de estar de la guerra?
– Es difícil. La salud mental ha sido un tabú en nuestro gremio y, además, es cara. Empecé a tratarme con psicólogos especializados en estrés postraumático después de un año y medio liberado. Creo que necesitamos apoyo profesional porque lo que se ve en la guerra te acompaña toda la vida.
– ¿Cuál es el mayor peligro hoy para un periodista en zonas de conflicto?
– Que te maten. Además, el mayor riesgo hoy es económico. Viajar a zonas de conflicto es muy caro y los medios pueden dejar de comprar tus reportajes. Los distintivos de prensa pueden ser un blanco, como una diana en el pecho, así que muchos preferimos pasar desapercibidos.
– ¿Se están olvidando algunas guerras porque ya no ‘interesan’ a los medios?
– Muchas guerras nunca han interesado. África nos queda muy lejos y apenas se cubre. Solo prestamos atención cuando hay intereses cercanos, como pasó con Ucrania. Mandar corresponsales cuesta dinero, y por eso se recurre a los freelance, que no pueden estar en todas partes.
– ¿Recuerda alguna historia o persona que le haya marcado para siempre?
– En Alepo conocí a un hombre que convirtió un colegio en morgue. Empapeló las paredes con las fotos de los muertos que nadie reclamaba. Ese lugar se llamaba ‘El muro de los sin nombre’ y nunca lo olvidaré. También conocí en Afganistán a Alberto Cairo, un fisioterapeuta italiano que lleva desde 1991 ayudando a amputados de guerra y ha atendido a 300.000 personas. Gente así te hace creer en el ser humano.
– ¿Qué espera que el público logroñés se haya llevado de su charla ‘Testigos del conflicto’?
– Que hayan comprendido el riesgo, la dedicación y la pasión detrás de cada reportaje. No hacemos esto por dinero; lo hacemos porque es lo que somos.
Enlace de origen : «Matan a los corresponsales de guerra con la intención de que el mundo siga a oscuras»