Los caminos de Roma en La Rioja

María Aguirre

Sábado, 15 de noviembre 2025, 21:27

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Las huellas del Imperio Romano en el actual territorio de La Rioja son todavía evidentes, desde la ocupación de la vieja ciudad celtíbera de Contrebia Leucade (Aguilar del Río Alhama), cuyo formidable entramado urbano y defensivo ha ido saliendo a la luz, hasta la fundación de Graccurris, la actual Alfaro, por el cónsul Tiberio Sempronio Graco en los primeros momentos de la conquista (179 a.C.).

Desde estos primeros asentamientos hasta su caída, en el siglo V d.C., el imperio fue dejando su impronta en toda la geografía riojana. La antigua Calagurris Nassica Julia (Calahorra) se convirtió en un centro urbano de gran actividad política y económica, con importantes infraestructuras (cloaca, circo, termas, acueducto…). Unos 75 kilómetros hacia el oeste, Tritium Magallum (Tricio) se convirtió en un relevante foco alfarero. En sus hornos se empezó a producir una vajilla de mesa, caracterizada por su barniz rojo, que llegó a exportarse por todo el imperio. Sus sellos llegaron a verse hasta en Britania (Gran Bretaña) o Germania (Alemania).

Las calzadas tenían buen firme, desagües y anchura para los carros; las vías eran caminos o sendas de menores dimensiones

Ambas poblaciones estaban unidas por la calzada romana de Italia a Hispania (ITER 32), paralela prácticamente al río Ebro y que comunicaba el territorio peninsular desde Astorga hasta Tarragona e Hispania con Roma. Un trayecto, ya formado en torno al siglo primero y con diferentes reparaciones en el tercero, que en La Rioja comenzaba en Gracurris y llegaba hasta Libia (Herramélluri). Desde ahí, continuaba hasta Virovesca (Burgos). Una calzada con buen firme, desagües, estructuras de borde y unas anchuras que en ocasiones sobrepasaban los seis metros, lo que permitía incluso el cruce de dos carros en dirección contraria.

En el gigantesco «mapa digital de carreteras romanas» que se ha presentado esta semana (Itiner-e), señalaba en el actual territorio de la comunidad autónoma la existencia de otro camino romano que marcharía de norte a sur, entre Vareia (Varea) y Numancia. Sin embargo, en este caso no se trataría propiamente de una calzada, sino de una vía. «Eran unos pequeños caminos, o incluso sendas, por donde transitaban poco más que pequeñas mulas y cargas que no necesitaban tener ni esas dimensiones ni ese grado de inclinación para que los carros pudieran marchar o pudiesen transitar los bueyes», detalla José María Tejado, investigador y profesor de didáctica de las Ciencias Sociales de Historia y Geografía de la Universidad de La Rioja. Con estas particularidades se fue formando en el periodo del Bajo Imperio la llamada vía romana del Iregua.


Restos de la calzada romana que aparecieron en La Estrella en 2020.


Miguel Herreros

Esas calzadas o vías ni tenían grandes losas de piedra, como las de la vía Apia, ni se mantienen como cuando se crearon. «Eso sucedía solamente en las zonas urbanas y periurbanas, pero los miles de kilómetros que había entre la zona rural y la urbana estaban hechos con un firme de zahorra, gravilla y tierra preparada que se prensaba con rodillos», explica Tejado. «Todo eso hacía que el tránsito fuese más llevadero», añade mientras apostilla, como principal objeción al mapa digital presentado esta semana, que «no es lo mismo una calzada o una vía de comunicación romana en el siglo II que en el V. La evolución es un aspecto importante y habría que crear un mapa más dinámico».

Las calzadas nacían con espíritu militar, a medida que avanzaba la conquista, aunque luego adquirían otros usos: «En un primer momento, las calzadas se utilizaban como elementos de conquista del territorio para desplazar rápidamente a las legiones de un lugar a otro y luego, una vez que esas calzadas están hechas, se empiezan a pacificar y a utilizar para la vertebración del territorio y para el intercambio de personas y cosas».

El Gobierno de La Rioja, a través de la Consejería de Cultura, comenzó a principios del siglo XXI un plan director que «permite localizar la vía y, si se ve alterada porque no queda más remedio, también documentarla y hacer un estudio arqueológico y topográfico para saber qué puede ser afectado y su relevancia», asegura.


Calzada romana que daba acceso a Tricio, pueblo riojano conocido como Tritium Magallum.


L.R.

Tejado insiste en que todavía falta «mucha investigación de campo sobre las propias vías», con la posibilidad de hacer dataciones carbónicas para determinar la edad de los materiales orgánicos que tienen años de antigüedad: huesos, elementos orgánicos, carbón… «Hay más ramales que tenemos todavía que estudiar», sentencia. No resulta fácil para un ciudadano común identificar el trazado de una calzada o de una vía romana: «En esas vías hay una ocupación del ser humano muy recurrente, que las vuelve a utilizar y poner encima zahorras para hacer, por ejemplo, caminos de parcelaria, o las vuelven a asfaltar y cubren las estructuras originales de la vía, por lo que actualmente no existen en su estado original (como sucede en el caso de Calleja Vieja, en Logroño). En las excavaciones que hicieron Carmen Alonso y Javier Jiménez en Varea afloraron tramos originales de la vía.

La calzada de Graccurris a Tritium discurría más o menos por donde hoy discurren la N-232, la AP-68 y la A-12; un ejemplo de la pervivencia de las grandes redes de comunicación que levantaron los romanos.

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