Logroño. La capital desborda sus límites

Lunes, 9 de junio 2025, 10:04

Logroño es la misma ciudad que hace 25 años. Y a la vez no lo es. La capital riojana no fue ajena a la espiral constructiva de principios de siglo y, como en el resto de las ciudades españolas de cualquier tamaño, vivió diez años de auténtico frenesí, seguidos por unos cuantos de parálisis total que aún siguen. O casi.

Pero empecemos por la explosión. El crecimiento de la población habla mucho de cómo se comporta una ciudad. Y en el caso de Logroño, el fenómeno es cristalino. La ciudad empezó el siglo con algo más de 128.000 habitantes, y doce años más tarde tenía 153.400. Eso supone un crecimiento de 25.400 habitantes en una docena de años. Casi un veinte por ciento de aumento en poco más de una década.

El auge no fue vegetativo, porque los patrones de nacimientos, defunciones y envejecimiento son calcados a los del resto de la comunidad. El fenómeno nuevo es el de la inmigración, que pasó del 1,1% de la población logroñesa en 1998 al 14,7% (unas 22.000 personas) en 2009.

La actividad económica que empujó ese auge de población tenía en la construcción su punta de lanza. Y esa actividad constructiva necesitaba, llanamente, tierra. La normativa urbana, hija de la Ley del Suelo nacional, cedió todo lo cedible, empujada por unos dueños de terrenos rústicos que esperaban (y obtuvieron) ganancias récord y por unos constructores y promotores que contaban con una realidad: todo lo que se edificaba se vendía. O antes. En los años medios de la primera década del siglo, rara era la promoción que no llegaba ya adjudicada a la colocación de su primera piedra.



Nueva ciudad

Logroño, pues, tenía que crecer y lo hizo desbordando sus fronteras. Primordialmente hacia el sur, donde el salto necesitaba traspasar la zanja de la circunvalación ya rehundida. Un vistazo al mapa del año 2000 permite ver lo que había al sur de esa zanja hace un cuarto de siglo: estaba el Municipal de Las Gaunas, la franja de viviendas norte-sur que seguía a la Avenida de Madrid, y el centro comercial de Alcampo. Nada (nada) más.

Ese fue el salto más espectacular. La Cava-Fardachón y La Guindalera eran hasta ese momento poco más que una sucesión de huertas, que en pocos años completaron una trama urbana totalmente nueva, llenando el espacio entre el estadio de fútbol y Parque Rioja. Pero más barrios completamente nuevos surgieron. Hacia el oeste nacieron El Arco y Valdegastea, también agrícolas en el mapa del 2000. Hacia el oeste, Los Lirios, arropando al nuevo centro comercial. El norte se colmató: la frontera del Ebro resultó algo más resistente que otras, y El Campillo sigue siendo un sector en desarrollo. Al sur del río, sin embargo, Madre de Dios y el Paseo del Prior se llenaron de obra nueva, a la vez que el Ayuntamiento aprovechaba para urbanizar con un nuevo parque La Ribera, conectando con el del Iregua.

Y otros que habían guardado aún su pasado industrial lo fueron perdiendo, sobre todo Cascajos, el barrio del otro lado de la vía que aún entonces había quien consideraba como algo lejano. Pero también creció el entorno de la calle Piqueras y el de Portillejo. Y el paisaje urbano, en fin, perdió hitos de décadas, como el viejo Las Gaunas o el cuartel de Artillería de Gonzalo de Berceo, sustituidos por promociones de viviendas con más o menos acierto.

Todo eso, en una década. La palabra «burbuja» flotaba en el ambiente, pero la fiesta parecía demasiado imparable como para echarle el guante. Y a falta de un frenazo controlado, cuando éste llegó fue en seco. Literalmente: hubo promociones que se quedaron a medias y cuyos esqueletos se mantuvieron intactos varios lustros en Logroño y sus alrededores.

La demografía, de nuevo, no engaña. Ese máximo de 153.400 personas en 2012 sigue siendo el récord para la ciudad, que también dejó de crecer. Parada en seco también la llegada de inmigrantes, el pastel de la realidad demográfica de la población autóctona quedó al descubierto: una natalidad decreciente y una pirámide de población cada vez más ensanchada por arriba que configuraban un lento declive durante la década siguiente.

El Logroño que hizo explotar sus límites no ha vuelto a levantar cabeza en lo poblacional hasta recientemente con, después de la pandemia, un nuevo aumento en la llegada de los inmigrantes. Y como un eco de aquella época, se habla de nuevos sectores constructivos al sur de la ciudad. Todo vuelve…

La explosión de Lardero y Villamediana

La década prodigiosa del crecimiento urbano y poblacional de Logroño no se puede describir completamente sin incluir en la ecuación a los pueblos de su entorno, sobre todo a Villamediana y Navarrete. Es injusto llamar a ambas localidades «dormitorio», pero su crecimiento entre 2000 y 2010 recordó ese fenómeno. Ambas multiplicaron casi por cuatro su población. Lardero empezó el siglo con 3.100 vecinos y llega a este 2025 con más de 11.600. Y Villamediana, que era un pueblo de 2.260 almas en el 2000, supera ya de largo las 9.000; en muchos casos se trataba de vecinos de Logroño que huían de la burbuja de precios de la capital.

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