Aunque en La Rioja las únicas vacunas obligatorias periódicas para los perros son la de la rabia y la pentavalente, el aumento de la Leishmania (enfermedad parasitaria) provoca que su tratamiento preventivo también se extienda entre las mascotas. El mosquito que trasmite esta enfermedad se encuentra en humedales y riberas de ríos y al ser contagiados los perros manifiestan pérdida de peso, alteraciones en el pelaje alrededor de orejas, ojos y hocico, problemas en la piel, uñas quebradizas, sangrados, vómitos… y además puede afectar a órganos como el hígado y el bazo, aunque también puede resultar asintomático.
La llegada del verano es más problemática puesto que, debido al calor, los perros se acercan más a las zonas umbrías en busca del frescor y es allí donde pueden sufrir la picadura del insecto que transmite la Leishmania. La enfermedad puede resultar mortal, pero con un tratamiento farmacológico adecuado el perro puede vivir con ella con normalidad y calidad de vida. Ana Ramírez, directora técnica de Kivet Clínicas Veterinarias, explica que «frente a la Leishmania no existe un único método infalible, pero la combinación de diferentes estrategias de prevención crea un escudo mucho más fuerte». Los repelentes, como collares y pipetas, la vacunación y evitar las zonas húmedas es lo idóneo, aunque esto último, en verano, es más difícil.
«Aunque en la mayoría de los casos la detección es sencilla, no siempre es así. Siempre que tengamos dudas hay que acudir a un veterinario para que nos ayude», recomienda Ana Ramírez. La Leishmania es un parásito que el mosquito transmite a un mamífero. Las condiciones idóneas del insecto son una temperatura superior a los 16 grados, que no haya lluvia ni viento y el atardecer desde mayo a octubre, mientras que es impropio a una altitud elevada y en climas muy fríos.
Pero no solo debemos tener cuidado por nuestras mascotas, también por nosotros mismos, porque también se transmite a los humanos, es una zoonosis, manifestándose con síntomas como lesiones cutáneas, fiebre y anemia. Los perros domésticos son el principal reservorio de esta enfermedad, aunque también pueden serlo animales silvestres, como zorros, roedores y conejos. El contagio directo es difícil, lo habitual es que la enfermedad la transmita un invertebrado (insecto) y necesita desarrollarse en un vertebrado (mamífero).
Hay razas, como el bóxer, el cocker, el rottweiler y el pastor alemán, que tienen mayor predisposición a padecer Leishmania, en cambio, el podenco ibicenco cuenta con una resistencia natural, puede que por una adaptación genética. Mali, por ejemplo, es un pastor belga malinois en adopción por medio de la asociación Animales Rioja que sufre Leishmania. Necesita tratamiento, pero es un perro que puede hacer vida normal. «En su día fue decomisado por maltrato animal y se pasó tres años en el Centro de Acogida de Animales, salió de allí con Leishmania, y ya lleva con nosotros casi cinco», expone Beatriz Martínez, presidenta de Animales Rioja.
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