
Solemos hablar sobre el fin del amor, pero rara vez lo hacemos de esas amistades que se resquebrajan pese a parecer inexpugnables. Perder dichos vínculos … llega a doler tanto como el adiós a una pareja o un familiar, puesto que constituyen un colchón de apoyo emocional sustentado en un cúmulo de vivencias y confesiones. Así lo explica Beatriz González, directora de Somos Psicología y Formación: «Las amistades significativas generan vínculos afectivos intensos y una sensación de pertenencia. Cuando esa relación se rompe es normal experimentar sentimientos como tristeza, vacío, enfado e incluso confusión, igual que en una ruptura de pareja».
El proceso de duelo se complica por los prejuicios sociales, tal y como ocurre cuando perdemos a nuestra mascota y buena parte de nuestro entorno lo minimiza, prosigue la experta: «Como socialmente se le da más peso al amor romántico, muchas veces el dolor por una amistad se invalida o se percibe como algo menos relevante. Sin embargo, el duelo por una amistad también necesita un tiempo para asumir la pérdida, resignificar lo vivido y adaptarse a una nueva etapa sin esa persona dentro de nuestra vida».
Ahora bien, ¿qué señales indican que una amistad ha dejado de ser saludable o ha cumplido ‘su ciclo’? González destaca destaca estas seis:
• Sensación de desgaste: «Si después de cada encuentro te sientes agotado, juzgado o emocionalmente exprimido, es una señal de que esa relación de amistad no funciona».
• Desigualdad en la relación: «Cuando siempre das más de lo que recibes, o sientes que solo te buscan por interés o conveniencia».
• Falta de confianza: «Si ya no puedes ser tú mismo con esa persona o evitas contarle cosas por miedo a su reacción o a sentirte juzgado».
• Tensión o conflictos frecuentes: «Las discusiones se vuelven recurrentes y no hay intención real de resolverlas, o incluso sin llegar a que haya discusiones, existe una tensión continuada».
• Falta de apoyo emocional: «No sientes que haya empatía, escucha o acompañamiento cuando lo necesitas».
• Cambios en los valores, intereses o estilos de vida: «Lo que antes os unía, ahora no supone nada o incluso os distancia».
Pese a detectar lo anterior, muchas personas deciden cerrarse en banda, incapaces de aceptar que determinadas amistades no están hechas para durar toda la vida, algo que desde Somos Psicología y Formación explican como una idealización de las relaciones que en algún momento fueron importantes para nosotros: «Desde pequeños se nos transmite la idea de que una buena amistad, una amistad de verdad, es duradera, leal e incondicional, lo que genera expectativas poco realistas. Cuando una amistad va cambiando con el tiempo o se va distanciando poco a poco, lo vivimos muchas veces como un fracaso personal o como una pérdida que cuesta procesar emocionalmente».
Y es que, en efecto, los cambios que experimentamos en cada etapa de nuestra vida representan uno de los factores más relevantes a la hora de establecer relaciones con otras personas: «En la infancia o adolescencia, las amistades están mucho más marcadas por la cercanía física (nuestros amigos son con quienes coincidimos en el colegio, en el barrio, en la playa…) y por la intensidad emocional propia de esa etapa. En la juventud, comenzamos a buscar afinidades más profundas, como parte de una identidad compartida y compañía constante, que es lo que caracteriza el periodo madurativo de esta etapa. Pero al llegar a la vida adulta, las distintas responsabilidades (como el trabajo, la pareja o la crianza de los hijos) reducen el tiempo disponible para compartir con nuestras amistades y reordenan nuestras prioridades», explica González, quien desaconseja encarecidamente forzarse a mantener vínculos únicamente por la historia compartida: «Las relaciones auténticas deben sostenerse en el presente, no solo en el pasado. Si una amistad se mantiene solo por compromiso o miedo a herir, puede convertirse en una fuente de estrés o resentimiento. Además, puede impedirte establecer nuevos vínculos más afines a tu forma de ser actual».
Romper con madurez
Tan importante como asumir que una amistad se ha acabado es cerrarla de forma madura, sin dramatismo y reproches. Preguntada al respecto, la psicóloga madrileña recomienda «hablar desde uno mismo, expresando lo que se siente sin atacar a la otra persona. Por ejemplo, usar frases como ‘Creo que hemos tomado caminos distintos’ o ‘Valoro lo que hemos vivido, pero ya no me siento cómodo en esta relación’, ayuda a comunicar nuestros sentimientos sin culpar ni responsabilizar al otro. Por este mismo motivo es importante evitar caer en acusaciones, críticas o recriminaciones del tipo ‘me has decepcionado’ o ‘has cambiado’, que solo generan defensas en la otra parte. No hay que buscar culpables, simplemente reconocer que toda relación evoluciona y que a veces separarse es lo más sano para ambos».
Resulta igualmente válido, sentencia la experta, distanciarse de forma natural, sin conflictos ni conversaciones de por medio. A fin de cuentas, debemos entender que alejarnos de una amistad que no nos aporta bienestar no nos transforma en una mala persona, sino en alguien que está escuchándose y priorizando su salud emocional: «Si hay más desgaste que alegría, mejor zanjar la cuestión».
Enlace de origen : Las amistades también 'caducan': ¿cuándo es mejor dejarlas ir?