
En agosto debería estar prohibido hablar de cosas serias. No quiero más incendios, no quiero más exabruptos racistas, no quiero más tragedias, no quiero más … Trump. Por eso me gustaba la polémica de los currículos, tan ridícula e inane, tan veraniega. El problema aquí nunca fueron los títulos, sino la desfachatez y las ganas de aparentar. Si la veta sigue, pronto descubriremos que en los partidos políticos en realidad no hay casi nadie con media licenciatura, aunque sí con muchos estudios: «Estudios de Derecho»; «estudios de Ingeniería»; «estudios de Ciencias Políticas»… Para tener «estudios» solo hace falta matricularse y eso es definitivamente mucho más fácil y menos cansado que aprobar. Esta táctica abre posibilidades que los demás humanos hemos manejado poco: por sesenta euros más tasas de secretaría uno puede tener «estudios de Física», algo que ilumina cualquier currículum.
En España desde pequeñito se aprende la importancia de los títulos, sobre todo si están enmarcados. Basta con entrar en la consulta de un médico. Hay salas de espera con las paredes tan asfixiadas de diplomas que cuesta encontrar el interruptor de la luz. El efecto es inmediato: uno siente que aquel hombre que le va a examinar la vista es una eminencia incontestable, una autoridad de calibre mundial que por azares de la vida, tal vez por amor, ha acabado pasando consulta en Logroño. La sensación solo decae un poco cuando el paciente, aburrido, se acerca a ver los títulos de cerca y lee: «IIJornada de Actualización en Orzuelos. Lloret de Mar, 20 y 21 de mayo de 1987».
Una medida higiénica y restauradora de la probidad pública sería disolver por decreto las juventudes de todos los partidos políticos y encerrar a sus integrantes en campos de reeducación. Suena un poco maoísta, pero a veces hay que tomar medidas expeditivas. Estos cachorros necesitan con urgencia regresar a la Historia y a las Matemáticas, incluso al Derecho Administrativo, y dejar de lado las asignaturas que hoy les garantizan al menos una jefatura de gabinete: Peloteo al Líder Máximo con Arrobamiento y Servilismo; Puñaladas Traperas I, IIyIII; Educación Física (sentadillas y genuflexiones); Inteligencia Artificial Aplicada a la Estupidez (en esto los chavales de Génova tienen un máster)…
También me gustaría examinar los méritos y credenciales de los contertulios televisivos que se presentan como «analistas políticos». Por fuerza tienen que ser tremendos. Hay una chiguita de 26 años que me tiene fascinado: se ha conseguido colar en todas las cadenas y habla como si fuera la reencarnación de Adenauer con filtros de instagram. ¿Cómo se accede a esos lugares de tanta repercusión y predicamento? Lo confieso desde la perplejidad y el asombro, puede que también desde la envidia: a los 26 años yo estaba comiéndome los mocos en este periódico, entrevistando socorristas y haciendo reportajes en las rebajas. ¿Qué altos títulos, qué atajos sorprendentes, qué autopistas insólitas lo convierten a uno de pronto en «analista político» de plató?
Ya sabemos que, según la ministra de Universidades, los títulos están sobrevalorados y que mucho mejor la Escuela de la Vida que la Complutense. Tiene razón. Al fin y al cabo, lo dice una ingeniera de Telecomunicaciones, que es una titulación que a los de letras nos levanta una admiración casi religiosa, aunque visto lo visto tal vez no sea para tanto.
Enlace de origen : La universidad de la vida