
Sábado, 18 de octubre 2025, 08:06
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Rioja vive un momento difícil por la situación de sus viticultores, mal pagados por las bodegas. El futuro de esta región pasa por la calidad y no por hacer marcas blancas».
Con estas palabras abrió Tim Atkin la cata, única, que se vivió este jueves en la bodega del Grado Superior de Vitivinicultura del IES La Laboral. Única porque no es sencillo reunir talentos como los que representan Erika Dubaele (Bodega Miguel Merino), Eduardo Eguren (Cuentaviñas), Álvaro Loza, Ricardo Fernández (Abeica), Víctor Ausejo, Israel Eguíluz (Bodegas Eguíluz) y Crisfofer Ruiz (Sístole) y Neftalí Galilea, exalumnos del centro.
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Alomado 2022
Cuentaviñas. Vino de mezcla de una misma finca plantada sobre suelos de 5.000 años. -
El Tiznado 2022
Cuentaviñas. Monovarietal fruto de mezcla masal de Tempranillo. -
El Bardallo 2022
Abeica. Cinco variedades (55% de uvas tintas y 45 de blancas) de un único viñedo. -
Carrapeciña 2022
Vino de poca extracción y con solo 8 meses en barrica. -
Álvaro Loza Haro-Labastida
Tempranillo y viura. -
La Patrona 2023
Miguel Merino. Garnacha de 1918. -
Víctor Ausejo Garnacha Blanca 2022
Criado en madera. -
Sístole 2022
Maturana tinta plantada a 780 metros. -
José Calvo 2022
Predominio de la Monastel.
En 2009, el IES La Laboral comenzaba a dar cobijo al Grado Superior de Vitivinicultura. En 2014 nacía la modalidad ‘on line’, la primera en España. Hoy, el Grado goza de una gran salud (no quiero pensar en su repercusión si se tradujera el nombre al francés: Diplôme de Niveau Supérieur en Vitiviniculture).
El camino que han abierto parte de la unión entre la tradición, la formación académica y, sobre todo, ir en dirección contraria. «Fue amor a primera vista», desvelaba Crisfofer Ruiz al hablar de la maturana tinta que decidió plantar en Clavijo a 780 metros y de la que sacó al mercado 400 botellas de la añada de 2019.
Víctor Ausejo, también en Clavijo, arrancó tempranillo para plantar una variedad minoritaria como es la garnacha blanca, que elabora en dos versiones. Corría el año 2016. «Nos enfocamos en el origen», explicaba. Atkin se cruzó en su camino poco después.
Están cambiado Rioja. Por ejemplo, ya no son obligatorias inversiones enormes en levantar bodegas, cualquier garaje es suficiente. «El vino que elaboramos todos los que estamos aquí cabe en un depósito de una bodega (grande)», sintetizaba Álvaro Loza. Así, de una de esas pequeñas parcelas, también en Clavijo, pero mirando hacia Ribafrecha, nace José Calvo. Pocas botellas y diferentes, porque su autor, Neftalí Galilea se ampara en la monastel (45%), garnacha y calagraño, para firmar un ensamblaje inusual. Tres vinos que nacen en las faldas del castillo de Clavijo. Impensable no hace mucho tiempo.
La Sonsierra, el origen
La edad también es importante. No solo los años, sino preservar el patrimonio existente, cada vez menor. De Clavijo a la Sonsierra, origen de esta entrada de oxígeno puro. Ábalos es uno de esos pueblos pujantes. Israel Eguíluz llegó a la bodega familiar para respetar el clasicismo de la ‘Santísima Trinidad’, es decir joven, crianza y reserva, pero del presente aprendió para orientar su futuro. Nada es excluyente. De esta idea nacieron parcelarios como Las Preferidas, tinto y blanco, con mezcla de variedades, o monovarietales de tempranillo caso de El Refugio del Robleñal y Carrapeciña.
Ricardo Fernández se sumó a Abeica en similar escenario. Quién no conoce su joven de maceración carbónica Chulato, aunque ahora también se le reconoce por obras como Abaris, Carronillo o El Bardallo, vino éste que nace de un majuelo que enamora por ubicación y riqueza varietal en uno de los mejores barrancos de San Vicente. A diferencia de los tres primeros, Israel y Ricardo, han sabido adaptarse a la tradición familiar sin renunciar a sus sueños propios.
La Sonsierra es territorio de Álvaro Loza y Eduardo Eguren. El primero no tenía nexo con el viñedo. Llegó al Grado rebotado de una ingeniería mecánica y con la necesidad de descubrirse. Lo ha logrado después de mucho viajar, porque este Willy Fog (como le definió Erika Dubaele) vinícola ha trabajado desde California hasta Tasmania, pasando por Sudáfrica y su adorada Francia. Una de las diferencias que marca Loza reside en su blanco de maceración carbónica con hollejos para obtener un ‘orange’ monovarietal viura que se cría en roble francés usado. Variedad clásica, elaboración diferente.
Eduardo Eguren podía haberse asentado junto a su padre, Marcos Eguren, pero prefirió volar en busca de sus vinos. Nace Cuentaviñas, viñedos viejos que explican vinos como Alomado, una mezcla de variedades del mismo majuelo, o El Tiznado, mezcla masal de tempranillos y al que Tim Atkin encumbró el pasado año al considerar su 2022 como el mejor vino de Rioja. «Cada uno intenta trasmitir algo diferente. Para mí, el futuro está en el modelo del artesano en un mundo efímero», sintetizaba.
Aquella viejas garnachas
Y la nota discordante, el bautismo de Erika Dubaele. Mexicana de nacimiento y riojana por caprichos de la vida. Cincuenta por ciento en el día a día de Miguel Merino, la bodega ha tomado otro rumbo en los últimos años de su propia mano y de su marido, Miguel Merino hijo. Tim Atkin le concedió el pasado año 100 puntos a su La Loma 2021, que nace de un viñedo de exigente viticultura. Viñedo en el que uno puede estar sentado en su cabezada o en su encalada choza horas y horas disfrutando de su belleza y de la del paisaje.
Sin embargo, Dubaele lo que presentó fue La Patrona, un monovarietal de garnacha que tiene su origen en un viñedo de 1918 de suelos pobres. La protagonista ha experimentado con maceración larga antes de la crianza en bokoy durante un año para dar como resultado un vino sedoso, fresco, elegante y afrutado y abierto de color que representa la imagen ideal de una excelente garnacha.
Ahora bien. Siempre quedará una duda, que formuló en voz alta un alumno. «¿A que edad creeis que debe arrancar un viñedo (para ser rentable)?», dijo. Y abrió un debate para otro día. «Dependerá del precio al que paguen la uva», respondió Atkin.
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