En una ciudad en la que domina lo moderno e inmediato, aún sobreviven algunos oficios que parecen detenidos en el tiempo. Son negocios discretos, a … menudo familiares, que han resistido a los cambios del mercado, a la presión de las grandes superficies y al olvido generalizado.
En Logroño , el emblemático negocio de botas de vino fabricadas a mano de la calle Sagasta bajó la persiana hace apenas unos meses. La marroquinería, aunque sigue presente, ha pasado de ser industria local a un oficio casi de autor. Los relojeros tradicionales parecen haber desaparecido de la ciudad, aunque en una óptica-relojería de Portales, todavía queda uno de estos artesanos del tiempo que entre ruedecillas y muelles infinitos repara los relojes de los logroñeses. En la calle Torremuña, una mujer conserva un establecimiento de venta de máquinas de coser, donde además de despachar estos artículos, ofrece asesoramiento y arregla las averías. O la numismática, que en otro tiempo atrajo a coleccionistas y curiosos, ha quedado reducida al recuerdo de unos pocos apasionados.
Oficios que ya no enseñan en ninguna escuela, pero que siguen vivos gracias al empeño de quienes no han querido –o no han sabido– dejar de hacer lo que siempre han hecho. La desaparición de la competencia ha transformado la relación con sus clientes, pues muchos logroñeses recurren a estos últimos establecimientos, únicos en la ciudad, lo que ha hecho que la demanda se dispare. Así, estos negocios se convierten en puntos de referencia imprescindibles para quienes buscan un trabajo artesanal y de calidad, manteniendo vivo un legado que de otra manera podría perderse.
Alejandro Gainzarain
Calle San Juan, 26
Curtidos Herrero
En una calle donde los pinchos y las copas de vino son protagonistas, Alejandro Gainzarain, acompañado por su mujer Pilar Ruiz, regenta Curtidos Herrero, un local «con más de 70 años de vida» donde trabajan la marroquinería, venden artículos de cuero y hacen arreglos textiles. Hasta este establecimiento llegan todo tipo de personas: «desde turistas hasta chavales de la Esdir que, como les mandan hacer trajes, nos piden que les pongamos los broches y otros elementos en sus prendas», indica Gainzarain.
Alejandro Gainzarain, junto a su mujer Pilar Ruiz, arreglan la correa de un bolso de cuero.
Sadé Visual

Aunque estos futuros diseñadores acudan a menudo hasta este céntrico local, a Gainzarain le preocupa el futuro porque «la tendencia de los jóvenes es otro estilo y la marroquinería es para gente más clásica», además de «por no tener relevo generacional». «Tenemos dos hijos y están en sus trabajos y haciendo su vida», señala.
Curtidos Herrero es un local «antiguo», con vigas de madera y no tan «perfecto como esas tiendas tan blanquitas de ahora», bromea el propietario. Pero tiene algo que no tienen otras, porque está en el corazón de la calle San Juan. Entre bares, este pequeño establecimiento despierta el interés de los turistas que no esperan encontrar un lugar con olor a cuero y lleno de carácter. «Viene gente de todas partes del mundo: desde andaluces hasta holandeses. Hasta que nos jubilemos, aquí vamos a estar los dos», añade.
Germán Rodríguez
Calle Portales, 37
Óptica y Relojería Cornet
Mientras algunos oficios desaparecen por la evolución tecnológica, la relojería sigue siendo necesaria. «No pasa como en otros sectores, porque muchos relojes mecánicos y analógicos, incluso los de cuarzo, requieren mantenimiento», explica Germán Rodríguez, un experimentado relojero. Sin embargo, esta tradición enfrenta un duro desafío. «Durante mucho tiempo no fue rentable. Lo que cobrabas por reparar no compensaba el esfuerzo, y por eso mucha gente lo fue dejando», afirma. Ahora, con pocos profesionales en activo, la demanda crece pero la oferta se reduce. «No llegas a todo, no por falta de ganas, sino por capacidad, y eso duele».
La óptica Cornet conserva el servicio de relojería.
Sadé Visual

Otro factor que limita el futuro del oficio es la ausencia de un relevo generacional. «Antes existía la figura del aprendiz, que desde niño aprendía el arte. Cuando llegaba a adulto dominaba perfectamente la profesión. Hoy ese amor al trabajo es casi inexistente», comenta con cierto pesar. Además, la rentabilidad sigue siendo un obstáculo importante para los profesionales de este sector tan especial. «A veces sale más caro arreglar un reloj que comprar uno nuevo, debido al coste de las piezas, la mano de obra y el envío». El cambio en los hábitos de consumo también influye porque «la gente prefiere relojes digitales o inteligentes, que no necesitan reparación, y tienden a cambiar antes que reparar», añade. Para este relojero, el oficio exige pasión y dedicación, valores que hoy escasean, pero que mantienen vivo un arte que resiste el paso del tiempo.
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Ignacio Cenzano
Pasaje de Duquesa de la Victoria
Numismática Dracma
Hay un pequeño local en el que el tiempo parece haberse detenido. Tras las vitrinas, monedas antiguas, sellos y minerales guardan historias que solo unos pocos saben escuchar. Dracma es la tienda de numismática –disciplina que estudia las monedas y medallas, principalmente las antiguas–, en la que Ignacio Cenzano atiende a sus clientes desde hace 28 años. «Mantengo amistad con casi todos ellos. Dracma es conocida a nivel nacional e incluso internacional», dice, como quien habla de una familia.
Ignacio Cenzano muestra un gran mineral en Dracma.
Sadé Visual

Durante años, organizó convenciones numismáticas que reunían «a lo mejor de toda España», pero ahora las mareas han cambiado. «No somos especie en peligro de extinción, pero vamos a menos. La gente joven no colecciona como antes. Quieren casas minimalistas, con poca decoración, sin minerales ni álbumes de monedas o de sellos».
Recuerda otra época en la que «los profesores traían sus colecciones al colegio. Se intercambiaba y estudiaba cada pieza. Ahora eso se ha perdido». La falta de divulgación preocupa al propietario que asegura que «la única que se hace es cuando la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre acuña una moneda conmemorativa o los eventos numismáticos que organizan los propios especialistas». Y en el mundo digital, la competencia no es igual para todos. «Yo pago los impuestos que se ahorran quienes venden ‘on line’. Por desgracia, no todos jugamos con las mismas cartas».
María Alonso
Calle Torremuña, 3
María Máquinas de Coser
En muchos hogares de Logroño todavía se escucha el ruido de las máquinas de coser. Aunque la ropa barata y el comercio digital han reducido el trabajo de modistas y sastres, María Alonso conserva la última tienda de venta de máquinas de coser «de uso doméstico» de la ciudad, además de ofrecer varios servicios relacionados con estos aparatos. «Se han ido jubilando todos, incluso mi padre, y ya solo quedo yo. Antes estaba en la tienda de avenida de Colón y mi padre, en la calle Torremuña, la única que hemos dejado».
En La Rioja, las agujas no se han parado. Y mientras haya ropa que ajustar, las máquinas seguirán funcionando, aunque requiera un esfuerzo titánico. «Luchamos mucho. Hay gente que viene a la tienda y quieren el precio de Amazon u otras plataformas, pero con el servicio de tienda», comenta Alonso. Por ello, esta familia de comerciantes se caracteriza por impartir formación a los clientes cuando adquieren una máquina de coser en este establecimiento. «Nosotros les enseñamos el manejo de la máquina; no nos gusta que se tengan que apañar por su cuenta», indica.
María borda un trozo de tela en su tienda.
Sadé Visual

Al negocio de María no solo le perjudica la existencia de gigantes como Amazon, que venden máquinas de coser por un precio «algo inferior pero no demasiado; quizá unos 20 euros más», apunta la propietaria. Shein o Primark, que venden «ropa excesivamente barata», parecen haber «cambiado el mercado» textil. «Antes había cierta costumbre de que las madres confeccionaran los vestidos o trajes para sus hijos; ahora el sistema es totalmente distinto. El que hace la ropa es porque tiene que ir a un evento que merece la pena y si no, lo compra en una de estas páginas», añade.
Aunque «desde la pandemia», la venta de máquinas de coser en la tienda de María ha crecido de forma notable. «Se enganchó un montón de gente, prácticamente una generación nueva porque durante el confinamiento vieron tutoriales de YouTube», dice. Algo que sirvió de precedente para María que, desde entonces, publica en las redes sociales «vídeos enseñando cómo hacer una correa, un neceser o un colgador de chaquetas.
El alma del botero sigue viva en la calle Sagasta
Una de las tiendas más emblemáticas del Casco Antiguo logroñés fue ‘Botas Rioja’, un negocio en la calle Sagasta donde el botero Félix Barbero fabricaba y vendía estos tradicionales envases a riojanos y visitantes que se interesaban en conocer la forma en la que este hombre trabajaba las pieles. Pocos años después del cierre definitivo del comercio, Cipriano Lodoso, que regenta un pequeño negocio de alimentación a pocos metros, echa una mano a Barbero en una nueva forma de vender sus botas. «El propietario de la tienda se jubiló y el negocio pasó a manos de su hijo, pero él tiene su trabajo y no lo podía abandonar». En la confluencia de las calles Sagasta y Carnicerías se encuentra la tienda de alimentación de Lodoso. En la puerta del establecimiento lucen varias cestas de verdura de temporada y de una esquina de la puerta, cuelgan botas de diferentes colores manufacturadas por Barbero, como si San Mateo no permitiese que este elemento insignia desapareciera de una calle tan emblemática. «Si hubiese querido dedicarse al trabajo de su padre y de su abuelo, él tendría que darse de alta para abrir un negocio. Al final decidió hacerlas en casa y yo le ayudo vendiéndolas aquí», concluye este comerciante logroñés.
Enlace de origen : En la trastienda del tiempo