
Viernes, 31 de octubre 2025, 10:54
En los últimos años, nuestras calles se han llenado de calabazas, disfraces y fiestas. Halloween ha encontrado un lugar en la sociedad española, especialmente entre los más jóvenes y ha llegado para quedarse. Su juego entre el miedo y lo festivo, conecta con una sociedad que prefiere reírse de la muerte antes que mirarla de frente. No hay nada de malo en eso, ya que nos permite «acercarnos» a ella sin tanto miedo, pero a veces parece que hemos sustituido, por completo, la reflexión por el entretenimiento.
Aunque el Día de Todos los Santos va perdiendo presencia, es importante tener en cuenta que este día encierra algo que la sociedad necesita con urgencia: un espacio para mirar la muerte sin esconderla, para reconocer el dolor de la pérdida sin disfrazarlo. Porque hablar del duelo no es quedarse atrapado en el pasado.
En medio del ruido cotidiano y la prisa por evitar lo incómodo, este día abre una pequeña grieta en el calendario para detenernos, mirar atrás y reconocer que seguimos vinculados a quienes ya no están con nosotros.
Cada año, al llegar el Día de Todos los Santos, los cementerios se llenan de flores y visitas que, más allá de la tradición, expresan algo profundamente humano: el deseo de recordar.
Parece que hemos aprendido a temer las emociones intensas, a creer que llorar es una debilidad y que «hay que pasar página lo antes posible». Sin embargo, negar el duelo no lo elimina. El duelo no es una enfermedad: es una respuesta natural ante la pérdida de alguien significativo. El amor no desaparece con la muerte y la tristeza, la añoranza, la rabia, el vacío, la impotencia, etc. son respuestas naturales que forman parte de ese amor que sigue buscando un lugar donde asentarse. El duelo es una experiencia humana inevitable, que bien acompañada, puede resultar en una fuente de sentido y de madurez.
La muerte ha sido un hecho que ha interrogado e impactado al ser humano de todos los tiempos y sociedades. Tradicionalmente, las diferentes culturas se han valido de los rituales para ayudar a las personas a elaborar el duelo. Desde los estudios realizados en este contexto, se ha identificado que determinados gestos permiten superar el enorme impacto de la pérdida de alguien querido, debido a que ayudan a expresar el sufrimiento, a sentirse mejor con uno mismo y, sobre todo, a dar estructura al caos emocional. En este sentido, el Día de Todos los Santos representa un ritual de conexión y de pertenencia. Nos ofrece una oportunidad colectiva para resignificar ese amor y de integrar la ausencia en la vida que continúa. Encender una vela, colocar unas flores o subir a una montaña en concreto son formas simbólicas de mantener vivo el vínculo y honran la historia compartida. En el fondo, recordar es una forma de seguir amando.
Si no disponemos de estos espacios simbólicos, el impacto en niños y adolescentes supone crecer sin referencias culturales para afrontar la ausencia. Parece que se nos ha transmitido que hablar del duelo es regodearse en el dolor y nada más lejos de esta idea. Los rituales de recuerdo, las conversaciones sobre quienes han fallecido y los espacios compartidos de memoria cumplen una función psicológica profunda, nos ayudan a reorganizar el mundo después de una muerte cercana y canalizar el sufrimiento generado.
Pero no solo los niños sufren las consecuencias del silencio. En los adultos, reprimir o esconder el duelo, puede derivar en problemas de salud como ansiedad, insomnio o incluso somatizaciones sin explicación médica. Cuando el dolor no encuentra palabras ni espacios sociales donde expresarse, se convierte en un malestar difuso que interfiere en la vida cotidiana.
Halloween nos invita a jugar con la muerte; Todos los Santos, a reconciliarnos con ella. El problema no es que celebremos Halloween, sino que no dejemos espacio para el otro lado de la balanza. Tal vez ambos tengan su lugar: desde lo lúdico y desde lo íntimo, pero sería triste que el ruido de los disfraces terminara por silenciar el valor de los rituales que nos ayudan a elaborar las pérdidas. Quizá, si aprendiéramos a convivir mejor con la muerte, sabríamos también cuidar mejor la vida.
En una época que corre deprisa, donde el dolor se esconde y la muerte se maquilla, detenernos un día a recordar puede ser un acto de cuidado psicológico.
Laura Díaz Sayas
Vocal de Psicología de la Salud del Colegio Oficial de Psicología.
Enlace de origen : El valor de recordar: el Día de Todos los Santos y la necesidad de hablar del duelo