León Benavente siempre es una apuesta segura. Y eso lo sabe MUWI, que los programó en su segunda jornada (tras haberlos programado en 2022) … como ancla a lo que un día fue, un festival indie. Quizá su último disco, ‘Nueva sinfonía sobre el caos’, sea el menos interesante de su discografía pero ostenta, sin duda, uno de los mejores directos del rock nacional actual. Y a quien le atraiga la personalidad de su líder, Abraham Boba, en esta edición lo ha podido disfrutar por partida triple: en un espectáculo de poesía, en una sesión de DJ y en concierto. Como es habitual, su actuación, además de musical, tuvo un importante componente visual con una iluminación espectacular. Todo ello contribuye a crear una fuerza telúrica, momentos de verdadero éxtasis y casi una misa góspel en los estribillos de algunas canciones, más cuando Abraham Boba bajó al público a cantar, como ya había hecho antes Rozalén. Baño de masas. La actitud, la puesta en escena, el directo, es elegante. El de León Benavente es un rock con traje que nunca se desplancha. La última canción, colofón marca de la casa, fue ‘Ayer salí’, un fuego artificial.
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Abraham Boba canta entre el público.
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Mención a parte merece el Escenario Principal, en el frontón del Revellín, donde pinchó McKenzie. Aquello fue un planeta extraño, una ‘rave’ legal, un ‘after’ dentro del festival, una fiesta a la que se parecían haberse colado todos los asistentes. Allí la música no sonó entre los conciertos sino durante los mismos. Todo muy raro. En cambio, el recinto Valbuena funcionó bien, con miles de espectadores y sin apelotonamientos ni esperas dentro, aunque se produjo la habitual cola para las acreditaciones y entradas momentos antes de que comenzara a tocar Rozalén. La artista manchega fue la otra cabeza de cartel de la jornada, tras la apertura de escenario de Aiko El Grupo.
Manuel Chaparro, cantante de Califato ¾.
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Para redondear la rareza, el concierto de Califato ¾. La propuesta es disparatada, diferente, cáustica y caótica. Lo primero que cabe señalar es que, como en los partidos de pelota, hubo una diferencia abismal entre la duración del espectáculo y el tiempo real de juego. No se puede acertar a decir si realmente tocaron más de seis canciones porque pasaron gran parte de su concierto presentándose, ofreciendo discursos y proclamando la idiosincrasia andaluza. Arrancaron con una propuesta arrolladora e interesante mezclando electrónica y flamenco gracias a la cantaora María José Luna. Y la música fue buena, potente, atractiva, con semejanzas a Cypress Hill, Derbi Motoreta Burrito Kachimba, Soleá Morente… pero es que duraba un suspiro. Era un estornudo, tan potente como breve.
Su cantante, Manuel Chaparro, es un Kutxi Romero con gracejo. Y Califato ¾, un huracán cuando quiere, porque los cambios de ritmo, las calmas tras las tempestades que son sus canciones, hacen de su directo un día en el Cantábrico, con sol por la mañana y galerna por la tarde. Ideológicamente es un batiburrillo de símbolos y banderas. Proyectaron imágenes de procesiones de Semana Santa y Chaparro, al mostrar su torso desnudo, sentenció: «En 2025 quitarse la camisa es un privilegio que solo tenemos los hombres». Y es verdad. Si fuera una mujer y se llamase Eva Amaral, Rigoberta Bandini o Rocío Saiz, su acción sería noticia, incluso podría tener consecuencias, pero no en su caso.
El público en primera fila.
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Por otra parte, el escenario mostraba las banderas de Palestina y de la República Árabe Saharaui Democrática, Chaparro incluso mostró una tercera, el pendón verde de la sublevación sevillana contra la hambruna de 1521, y hasta una cuarta, la de Andalucía con la de La Rioja superpuesta; pero exhibían igualmente símbolos de ganaderías taurinos asemejando el escenario a una plaza de toros. Fue el suyo un concierto que no dejó indiferente a nadie, con contradicciones y aristas. Una guerra de influencias sobre el escenario que resulta interesante pero desconcertante.
Enlace de origen : El rock elegante de León Benavente vuelve al MUWI