Cuando murió Juan Pablo II, un cardenal riojano, Eduardo Martínez Somalo, camarlengo, asumió las riendas de la Iglesia católica durante diecisiete días. A él le correspondió certificar la defunción del pontífice polaco, ordenar los papeles de la Iglesia y dirigir su funcionamiento hasta que de las chimeneas vaticanas brotara el humo blanco. Su labor concluyó cuando Josef Ratzinger se asomó a la ventana de San Pedro y asumió el nombre de Benedicto XVI.
Martínez Somalo, que había desarrollado un papel clave durante el pontificado fuertemente conservador de Juan Pablo II, murió en agosto de 2021. Su funeral, celebrado en Baños de Río Tobía, fue oficiado por el cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, expresidente de la Conferencia Episcopal Española y antiguo obispo de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño.
Omella (Cretas, Teruel, 1946) dirigió la Iglesia riojana durante once años. Hombre expansivo, dialogante y ameno conversador, Juan José Omella no solo dejó una huella profunda en la comunidad católica, sino en toda la sociedad local. Tras la sorprendente dimisión de Benedicto XVI, un cónclave exprés depositó la tiara en las sienes del cardenal Jorge Mario Bergoglio, que asumió el nombre de Francisco. A Omella, que aún no había sido creado cardenal, la designación le pilló dando una conferencia en Calahorra. «¡Vamos de sorpresa en sorpresa!», exclamó. El entonces obispo de La Rioja lo conocía personalmente: había convivido con él durante una semana, en unos ejercicios espirituales. «Me pareció un hombre de una gran sencillez», apuntó.
Todavía en Logroño, Omella se convirtió en uno de los hombres de Francisco en España. El Papa le llamaba por teléfono con frecuencia. A Bergoglio le gustan «los pastores que huelen a oveja» y el obispo turolense nunca dejó de ser un cura de pueblo venido a más. Bajo su inspiración y probablemente de su puño, la Conferencia Episcopal alumbró un documento, titulado ‘La Iglesia, servidora de los pobres’, que causó un notable revuelo por su defensa de la emigración y su alegato en contra de las desigualdades sociales. Han sido exactamente las guías que han marcado el pontificado de Francisco. No fue extraño, por lo tanto, que confiase en él para la delicada misión de dirigir el arzobispado de Barcelona en pleno ‘procés’.
El Papa lleva veintitrés días ingresado, acosado por una insuficiencia respiratoria aguda de incierto pronóstico. Tiene 88 años. En caso de muerte o de renuncia, Omella, que aún no ha cumplido los 80 años, participaría en el cónclave con voz y voto. Su ascendencia en la Iglesia ha ido creciendo en los últimos años. Aunque algunos pronósticos lo incluyen en las listas –siempre un poco fantasmagóricas– de papables, su edad juega en su contra. En cualquier caso, nadie niega la relevancia y el peso de su palabra en un colegio cardenalicio integrado en su gran mayoría por purpurados nombrados por Francisco: de los 137 cardenales con derecho a voto, 109 han sido creados por el actual papa. De nuevo un riojano –aunque en este caso de adopción– se perfila como una figura clave en caso de que la salud del pontífice se quiebre definitivamente.
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Enlace de origen : El cardenal Omella, una brújula en el Vaticano