
De niño era del Madrid, juancarlista y fan de Suárez. Un poco lo que veía en casa, supongo. De lo primero nunca pude curarme, lo … otro lo fui dejando atrás con los años. Suárez perdió la cabeza en público, mientras el Rey lo hacía en privado, y según pasaron los años sus hazañas dejaron de impresionar a la gente.
Digo hazañas, y creo decir bien. Poco me interesa la efeméride de los 50 años de Franco muerto (demasiado tarde, ay) pero no deja de deslumbrarme lo que pasó en los apenas tres años siguientes, en gran parte por la actuación de esos dos héroes de mi infancia política.
Entre las pocas cosas buenas que tiene el clima de cerril polarización actual está que nos permite hacernos a la idea de cómo debían ser aquellos años, en los que el fantasma del odio entre las dos españas estaba en la calle, vivito y bien visible. Que fueran dos hombres del régimen, tan atado y bien atado, quienes se pusieran a la cabeza de su demolición y que lograran hacerlo en tiempo récord y para pasmo de los inmovilistas entra en el rango de los milagros políticos. Fue un momento brillante, una actuación inspirada que pudo haber descarrilado mil veces, pero que no lo hizo. Para nuestro bien.
Suárez y Juan Carlos fueron una especie de supernova: brillaron con una energía inusitada y quemaron todo su combustible. Uno no tenía las armas ni la sabiduría política para gobernar en una democracia, el otro no tenía en lo privado la fibra moral que defendía en lo público.
Ambos se sobrevivieron a si mismos, o a lo mejor de sí mismos. Sobre todo Juan Carlos, empeñado en afearse, incapaz de reconocer que ha perdido la unánime consideración de la que gozaba hace unas décadas, cuando era una especie de santo cívico internacional. Sus pies de barro son todo lo que ahora vemos, y es una lástima: su memoria de hace 50 años merecía otra cosa.
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Jueves | Madrid
Otra vez sin presupuesto
Junts baila su eterno pasodoble y vota de nuevo con el Gobierno pese a sus protestas y su palabrería. El gesto adusto y faltón de los portavoces de Puigdemont no engaña a casi nadie: en realidad no sirven para gran cosa, voten o no voten.
Porque lo inevitable, con o sin ellos, es que no va a haber presupuestos. Qué tiempos aquellos en los que no presentar unas cuentas para el año siguiente o no poder aprobarlas era un descalabro que debía acabar en elecciones en meses, porque el Gobierno así desairado era un pelele sin futuro posible.
Porque, en fin, es lo que es este Gobierno: condenado a la palabrería y a seguir fomentando el encono porque es lo único que, en realidad, puede hacer.
A demasiada gente parece venirle bien, de cualquier modo, con tal de que no lleguen los «otros». Pero conviene recordarlo: un gobierno sin presupuestos no gobierna, solo sobrevive y dispara fuegos artificiales. Y no nos hace falta eso otra vez.
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Domingo | Cáncer
Un mes de bigote
Envidiemos los hombres la capacidad que han tenido las mujeres de visibilizar causas que les son propias. Ojalá se consiguiera para otras epidemias muy mayoritariamente masculinas (como el suicidio) o directamente exclusivas, como el cáncer de próstata. Hoy les hablamos en esta casa de eso, un mal que merecería algo más de griterío porque, en fin, aún hay un poco de estigma y de vergüencita sobre algo que no debería tenerlo. Hay quien se deja el bigote ese mes por esta causa. No sé, pero algo habría que hacer: nos falta un lazo.
Enlace de origen : Dos santos de hace medio siglo