Hay que defender la palabra arancel. Qué aromas árabes, qué cadencia musical, qué poética sucesión de vocales y consonantes. Arancel suena a Sherezade y al … sultán Shariar, a cuentos susurrados a la luz de un candil, a alfombras que vuelan por un cielo lleno de estrellas. A especias remotas y aceites exóticos huele también la palabra arancel, ¡qué culpa tendrá ella de que exista Trump y de que sea el presidente de los Estados Unidos!
Es cierto que, según el Diccionario, arancel significa en realidad cosas bastante feas, de un prosaísmo aterrador, pero a veces hay que detenerse en la sonoridad, en la pura forma, y apostar sin contemplaciones por la fonética y no por la semántica. Este es un llamamiento para los estetas de esta comunidad autónoma, en el improbable caso de que los haya: ¡votad por la palabra arancel, liberémosla de las garras de Trump y de sus infames maneras de matón de instituto! Hay muchas palabras feas que, sin embargo, por algún extraño sortilegio de la lingüística, han acabado adquiriendo significados nobles: hermanamiento, probidad, honradez, solidario, afectuoso, ¡sororidad! Yo escucho la palabra sororidad y pienso en monjas que hacen ruiditos.
Con arancel sucede lo contrario; es una hermosa palabra que puede suponer la quiebra de unas cuantas bodegas, el final del comercio internacional, la muerte de algún sector productivo europeo. Sobre estos escombros está edificando Trump afanosamente la miseria propia y la ajena, pero aunque no queden en pie ni los cimentos del orden mundial, tendremos que seguir reconociendo que arancel es una palabra bellísima, una espléndida criatura de nuestro idioma.
Enlace de origen : Arancel