Antonia Santolaya comparte con su madre una exposición de dibujo y bordado inspirada en el cáncer

Su amiga le envió fotos de su cicatriz y ella la dibujó desnuda y con tres pájaros azules, uno de ellos cosiéndole la carne con el azul del cielo. De los poemas de la poeta catalano-leonesa Ana Alonso, un recuerdo marcado por el cáncer de mama, la ilustradora riojana Antonia Santolaya diseñó una hermosa y rica colección de dibujos inspirados libremente en la enfermedad. El trabajo lo completó, Dori Ruiz-Clavijo, madre de Antonia, bordando cada dibujo en cortinas, cojines y almohadas, como las que muchas pacientes suelen llevar a la quimio. El resultado es ‘Crónica viva, memoria trazada’, una exposición extraordinaria que, además de unir poesía, arte y artesanía, cose a generaciones de mujeres a través del tiempo, el espacio y el dolor como un hilo colorido y resistente del que pende la vida.

Podía ser una estancia en la casa familiar de Ribafrecha, podía ser una de esas cocinas de pueblo o esas alcobas donde el segundero del reloj resuena como un picapedrero en el vacío, esos santuarios en los que las mujeres, cosiendo, encontraban un mundo ensimismado al que retirarse mínimamente de las otras tareas familiares y las labores del campo. Podía ser también la tercera planta del hospital, la sala de espera de la unidad de oncología. Pero es el Centro Cultural Caja Rioja Gran Vía de Logroño, que acoge (hasta el 18 de abril) esta exposición; «crónica viva en la que las manos de Dori tejen a través de bordados los dibujos que Antonia crea y las transporta [a ellas y al espectador] a vivencias pasadas y a espacios donde el cuerpo y la mente recorren una memoria trazada por el cáncer».

«Unir saberes»

«Unir saberes», lo llama la hija: «La realización conjunta de este proyecto con mi madre, marcada por la vivencia personal de haber perdido con nueve años a su madre tras un cáncer de mama, es un vínculo con ese momento de la infancia a través de la experiencia vital», explica.

Juntas han creado «una suma de procesos». Por una parte, están los dibujos y, a continuación, los bordados, que trasladan puntada a puntada los dibujos a la tela en un centenar de piezas diferentes. De alguna manera, en la vocación artística de Antonia, no funcional, pervive la antigua práctica de Dori; la tradición artesana, en el arte.

Y juntas conversan en un idioma a la vez antiguo y nuevo: «Dibujar con hilo es adentrarse en una constante que sostiene el tiempo con lentitud, una forma de meditación. Tomando dos técnicas muy cotidianas y comunes se atraviesa lo que es y se desvela lo que aparece».

«Todo el mérito es suyo», resume Dori con modestia y sentido práctico de madre. Para ella, aquel antiguo «tejer y no pensar» era «un alivio de duelos» y este trabajo para su hija ha sido «una distracción» y también un orgullo.

Cada una tiene su propio relato, pero juntas trazan uno común a muchas otras mujeres, a muchas otras personas. Como la poeta Ana Alonso cuando escribe –como quien dibuja sobre papel o borda sobre la tela– el testimonio sanador de una experiencia dolorosa: ‘Fue delicioso notar dentro el azul, veraniego, sombrío, el cielo entero dentro de la herida’.

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