Se miran, sonríen, hay complicidad y amor. Un cariño labrado a base de esfuerzo y agradecimiento mutuo desde que el destino les llevó a crear … un hogar en 2011. En agosto de ese año las dos hermanas, Andrea, de 12 años, y Desiree de 6, abandonaron el piso de acogida en el que vivían para trasladarse a Pradejón, donde encontraron en Loly Ezquerro a una segunda madre y ella a dos niñas sobre las que, a regañadientes tras intentar hacerse la dura, confiesa «pues claro que se me cae la baba, tienen a su madre pero ellas son mis hijas».
Y eso que todo estuvo a punto de no cuajar. Loly siempre deseó ser madre, pero el sueño no se cumplió, así que, con treinta y pico años, allá por 1995, se montó en su coche y se presentó en la Consejería de Servicios Sociales y se ofreció «a cuidar niños o para lo que necesitasen. Me ocupé de una niña los fines de semana, hasta que pasó a una familia de acogida y entonces me decidí a incorporarme a la bolsa de familias de acogida». Hizo la formación pero pasaron los años sin noticia alguna hasta que la llamaron en 2011.
«Vine a una reunión con el equipo de psicólogas de la consejería y, no te voy a mentir, con la idea de que después de casi nueve años de espera ya no quería ser madre de acogida, pero me hablaron de dos hermanas y me dije ‘bueno, pues vamos a conocerlas’». Y se encontró con Andrea y Desiree.
Tras las reuniones, las primeras salidas. «Empezamos en el parque de La Cometa con la psicóloga, luego ya me las dejaban algún sábado o domingo. Un día fuimos al parque del Ebro, otro a Santo Domingo, otro a Nájera… Y me dije ‘Buah, esto es superchulo, esto es mágico». Pidió que se las dejaran llevar un fin de semana completo a Pradejón. «Eran vacaciones, a principios de julio y yo me decía ‘Virgen Santa, ¿Dónde me voy a meter? Qué trabajo me van a dar’. Pero salió bien y para agosto, para el puente de la Virgen, ya estaban viviendo conmigo y los fines de semana tenían visitas con su madre y el resto de su familia biológica».
Loly, Andrea y Desiree se miran con una sonrisa de complicidad y cariño.
Sonia Tercero
Casi quince años después sabe que acertó. «Hoy miro atrás y sé que fue difícil, complicado, trabajoso, pero muy satisfactorio y muy reconfortante sobre todo. Va pasando el tiempo y ves que ayudar a construir una vida es muy complicado, pero a la vez maravilloso. ¿Que si me arrepiento? Desde luego que no, rotundamente no. Hemos creado una familia y yo siento que son mis hijas, claro, aunque también tienen a su madre biológica. Pero yo, aunque ya son mayores, sigo ejerciendo de madre», resume del tirón Loly mientras mira a sus chicas para confesar «que las veo y se me cae la baba, claro que sí, cómo no».
A Andrea, a sus 12 años, le costó dejar Logroño y a sus amigas, pero también recuerda que en el piso de acogida «tenía el miedo de que me mandaran a una familia sin mi hermana. Así que cuando conocimos a Loly y dijeron que íbamos las dos hermanas pues me alegré muchísimo. Al principio teníamos discusiones, pero poco a poco fue a mejor y para mí es una madre también, es mi segunda madre, desde luego que lo es».
«Va pasando el tiempo y ves que ayudar a construir una vida es muy complicado, pero a la vez maravilloso»
Loly Ezquerro
Madre de acogida
«Al principio teníamos discusiones, pero poco a poco fue a mejor y para mí es mi segunda madre»
Andrea
Hija de acogida
«Las dos son mi madre por igual. Loly me ha reñido y lo sigue haciendo, es la madre superiora, jajajaja»
Desireee
Hija de acogida
Desiree asiente. «Yo no acuerdo tanto de aquella época, porque tenía seis años. Cuando llegamos a Pradejón yo me sentía como cuando te vas de vacaciones, pensaba que iba a estar una semana, luego ves que se va alargando, que es real, que tienes tu cama, tu habitación…». ¿Que si han sido años felices? Desde luego que sí, mucho. Yo a Loly y a mi madre biológica las veo igual, no es una más que la otra, las dos son mi madre por igual. Y de hecho me ha reñido y lo sigue haciendo, es la madre superiora, jajajaja», asegura la menor de las hermanas.
Loly se ríe con ganas, para poco después ponerse seria y no olvidar lo que quiere que quede por escrito en su testimonio. «Los indios nativos americanos decían que para criar a un niño hace falta la tribu entera y eso es cierto. Yo, si no me hubiera sentido respaldada y ayudada por mi familia, hermanos, por mi familia, por vecinos y por amistades, no sé si hubiera podido pero de poder seguro que lo habría pasado peor y, por desgracia, ellas también lo hubieran pasado peor«, asevera, no sin añadir que »desde luego no puedo tampoco olvidar el apoyo de la Consejería y de sus profesionales, además de el de la asociación«.
Sigue seria. «Desde luego es imprescindible tener a tu favor a la familia biológica y yo la he tenido siempre. El abuelo siempre les decía ‘hacer lo que os diga Loly, hacerle caso a Loly’ y yo, desde que llegaron les puse en un marco la foto de su madre en el salón y apuntamos los cumpleaños en el calendario de ella, de los abuelos, de las tías… Yo creo que a ellas les dio confianza para ver que no iba a desaparecer su familia biológica», destaca para recuperar la sonrisa: «Todo esto ha seguido hasta hoy y, de hecho, su madre me llama a mí cuando no la llaman. Ella está muy agradecida porque he podido atender a las hijas que ella, por su salud, no ha podido cuidar, pero yo también a ella, porque gracias a ella tengo también dos hijas».
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