José Antonio Guerrero
Sábado, 1 de noviembre 2025, 20:36
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Hermenegildo García Oliva, fray Hermenegildo (Huelva, 80 años), es el superior de los Hermanos Fossores de la Misericordia (fossor, que viene del latín, se podría traducir como ‘el que cava’ y por extensión, un sepulturero), una pequeñísima congregación religiosa fundada en 1953 para cuidar los cementerios y enterrar a los difuntos. Cuando él dejó un buen trabajo en Correos para ingresar en la Orden en 1967, eran 28 hermanos en toda España; hoy sólo quedan cinco: tres en Logroño y dos en Guadix. En esta localidad granadina de casi 19.000 habitantes, el superior de los fossores convive con el hermano Vicente, un novicio venezolano de 35 años, en una casa-cueva situada junto a la tapia del camposanto accitano. Se levanta a las 5.45 y tras rezar, asearse, asistir a misa y desayunar, empieza su jornada laboral.
Fray Hermenegildo lleva casi seis décadas adecentando nichos y sepulturas, enterrando muertos (también exhumando restos) y acompañando a las familias que se despiden de los suyos. Ha sufrido seis ictus, pero conserva el humor, la serenidad y la fe intacta. «No tengo miedo a la muerte, tengo más miedo a la vida». Hoy, Día de los Fieles Difuntos, el veterano fossor corona una intensa semana de trabajo para que el cementerio luzca como Dios manda. Allí, entre cipreses, coronas de flores y lápidas limpias que denotan su huella, fray Hermenegildo responde a tumba abierta.
– Ha sufrido seis ictus. Sí que ha estado cerca de la muerte.
– Cerquísima. Pero mire, para lo que me ha pasado, creo que estoy bastante bien. Cuando estuve en el hospital, veía a los demás compañeros y yo era el que mejor andaba. Llevo 58 años viviendo la cercanía de la muerte; no hace falta que te dé un ictus. Tengo un botoncito de alarma para llamar a urgencias, y eso mismo te recuerda que en cualquier momento te puedes ir con San Pedro.
– ¿Por qué se hizo fossor? Entregar la vida a los muertos no parece algo excitante…
– Hace tiempo el entonces superior de la Orden, el hermano Alberto, que falleció el año pasado, me pidió que si me preguntaban eso no dijera que no sabía, porque iba a parecer tonto. Pero es la verdad: no sé por qué me hice fossor. Será que tengo el gusto estropeado, jajaja. Estar en un cementerio y relacionarte con la muerte es una vocación un poco rara. La respuesta está en el Evangelio, cuando el Señor dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, yo os he elegido a vosotros». También es verdad que antes de hacerte hermano fossor, tú los conoces y sabes si esa forma de vida encaja contigo. Nadie se conoce mejor que uno mismo. Yo vi que honradamente mis cualidades podían servir aquí, al servicio de los demás en esta institución.
– Pero no todo el mundo vale para ser fossor. Una prueba es que solo quedan cinco…
– No, no es fácil. Pero si el Señor te llama para una misión, te capacita para ella. Quien viene a ser fossor lo tiene claro, porque aquí no hay aliciente humano. No estás enseñando a niños, ni acompañando a enfermos: estás enterrando muertos. Una de dos, o te crees válido para eso o te marchas. No haces el tonto.
– Por el cementerio de Guadix han pasado varios novicios que luego no siguieron…
– Claro, yo he visto a muchos irse, algunos mejores que yo, y me ha dado pena. Ya lo dice el Evangelio: muchos son los llamados y pocos los elegidos. No todo el mundo sirve para esto, como no todo el mundo sirve para ser padre de familia, que es más difícil que ser fossor.
La muerte
«Es una puñetería, pero es el vehículo que Dios elige para llevarnos a Él»
– ¿Qué es la muerte para usted?
– La muerte es una puñetería. Es el vehículo que Dios elige para llevarnos a Él, pero el vehículo que escoge es un cacharro viejo en el que no se está cómodo.
– ¿Y el cielo?
– Donde ya no hay luto, ni llanto, ni dolor. Es la presencia de Dios y el encuentro con los nuestros. Pero no se puede explicar. Hay que llegar para entenderlo.
– ¿Qué le gustaría que pusiera en su epitafio?
– Que pasé por la vida haciendo el bien. Pero aún no me he muerto, así que de aquí a que llegue esa hora no sé si voy a merecerlo.
Ser fossor
«Tendré el gusto estropeado porque estar en el cementerio y relacionarte con la muerte es raro»
– ¿Y cuál es el epitafio más hermoso que ha leído?
– No se me olvida, y eso que lo vi hace casi sesenta años. En una lápida gris ponía: «Prefiero morir joven si una vida larga me aparta de Dios». Era un muchacho de 25 años el que estaba ahí enterrado.
– ¿Tiene miedo a la muerte?
– No. Tengo más miedo a la vida, a que la vida me aparte de una muerte cristiana. Yo le pido a Dios cada día que me conceda morir como un fraile decente, pero la vida te puede separar de cómo quiero morir. Y quiero hacerlo cristianamente, sabiendo que me muero, pero también sabiendo que voy a encontrarme con Dios y con mis seres más queridos.
– ¿Con fe es más fácil afrontar ese momento?
– Sí, sí, sí. Yo no entiendo cómo la gente sin fe puede afrontar un viaje tan desagradable en ese viejo autobús. La muerte es un trauma grande. Aquí viene mucha gente con un dolor inmenso: padres que han perdido a un hijo en un accidente, viudas jóvenes con tres niños… Ellos mismos nos dicen que venir al cementerio y hablar con nosotros, les consuela. Muchos nos consideran de su familia. Sin fe es muy difícil soportar eso.
– Los niños muertos no se olvidan…
– Nunca olvidaré la primera autopsia que vi de un niño pequeño. Tenía tres añitos. Nosotros, como fossores teníamos que estar allí con el forense, ayudar a mover el cuerpo y luego volverlo a colocar en la caja. Fue durísimo.
– ¿Qué preferiría saber: cómo o cuándo va a morir?
– El cuándo es lo de menos. Preferiría saber cómo. Y si puede ser, durmiendo. He visto morir a muchos hermanos. Antes algunos morían agitados, ahora la medicina ayuda con la sedación y se muere más tranquilo.
– ¿Cuál es el momento más duro para una familia?
– Cuando introducimos el féretro en el nicho o en la sepultura. Mientras lo ven, todavía sienten consuelo, pero cuando el ataúd desaparece y ya saben que no lo van a ver más… ese momento es desgarrador. Por eso no entiendo la incineración, que alguien quiera voluntariamente ver cómo el féretro entra en el horno. ¡Qué duro es eso!
– Usted prefiere el entierro clásico.
– Sí, el de toda la vida. En los pueblos todavía es lo normal. Pero respeto el otro, claro.
– Cuando le llegue su hora, ¿espera que los muertos a los que enterró con tanto cariño le echen una mano en el trance?
– Claro. Uno de mis ictus me dio a las seis de la mañana. Me caí al suelo, pero no perdí la noción. Me arrastré hasta el comedor y me senté en una hamaca. Me acordaba de algunos difuntos y los llamaba por su nombre: «Ayúdame». Y me ayudaron. Aquí estoy. Así que sí, tengo esa esperanza. A veces me pregunto por qué me hice fossor y no cartujo, pero en esos momentos te alegras, porque recuerdas a todos esos a los que diste sepultura.
– ¿Desearía escuchar alguna canción en su despedida?
– Sí, una que se llama ‘Paso nuevo’. Se canta en la Eucaristía, en la Acción de Gracias o en la Comunión. Es preciosa. Si quiere se la canto. (Y aquí fray Hermenegildo se arranca a cantar, y con buena entonación: Gracias quiero darte por amarme; gracias quiero darte yo a ti Señor; hoy soy feliz porque te conocí; gracias por amarme a mí también).
«Ni cosas raras ni películas»
– ¿Qué le preguntaría a Lázaro, el resucitado?
– Nada. Yo me fío de la Escritura. En la eternidad no hay dolor ni luto ni lágrimas. Hay paz y alegría. No necesito saber más.
– ¿Los muertos tienen la respuesta a la gran pregunta de los cristianos?
– Supongo que sí. Ellos ya no necesitan preguntarse nada, porque están viendo la respuesta.
– ¿Y usted qué se pregunta?
– Nada. Solo pido a Dios que me deje llegar a la meta como he intentado siempre.
– ¿Ha vivido alguna experiencia extraña en el cementerio?
–No, no. Nada de eso. No me han pasado cosas raras ni películas de esas.
– Entiendo que no le gusta Halloween.
– ¡No me hable usted de eso! No sé ni pronunciar el nombre. Traer a los niños vestidos de calaveras al cementerio… ¡qué falta de respeto! Saltar tapias por la noche para hacer barbaridades. Eso me duele. Nosotros cuidamos el cementerio con dignidad. No es un decorado, es un lugar sagrado.
Halloween
«¡No me hable de eso! Traer a los niños vestidos de calavera… ¡qué falta de respeto!»
– Para usted el cementerio no es un lugar triste y solitario.
– Las tumbas que cuida cada día las hace tan suyas, que esos muertos son como propios, ¿no?
– ¿El humor negro ayuda a soportar la tristeza?
– No me va el humor negro. Me gusta el humor cortito, sencillo. Por ejemplo: «¿Sabes el chiste del picadillo? Pues tiene tomate». Jajaja. Ese tipo de humor.
– ¿Trabajar tan cerca de la muerte le hace valorar más la vida?
– Sí. Si trabajas en una fábrica, estás distraído. Piensas que la muerte es cosa del vecino. Aquí ves lo frágil que es la vida. Y la valoras más. Te das cuenta de que en cualquier momento, ¡pum!, y ya está.
– Si los muertos pudieran hablarle, ¿qué cree que le dirían?
– «Sigue así, pero sé un poco mejor: más caritativo, más reflexivo, más sacrificado». Eso me dirían. Y tendrían razón.
– ¿Los silencios sepulcrales del cementerio son bonitos?
– Sí, son silencios sonoros, como decía San Juan de la Cruz. Pero le diré la verdad: de noche, el cementerio me da miedo. He conocido hermanos que rezaban el Rosario entre las tumbas, pero de noche yo no he podido. No por respeto, por puro miedo. Cuando estaba en el cementerio de Logroño, a veces llamaban de madrugada porque había un accidente y traían un cuerpo. Tenías que ir al depósito sin luz, con una capa blanca que me echaba por el frío. Y yo iba con el miedo metido en el cuerpo. Si iba con otro hermano, bien, pero solo… no.
– ¿Miedo usted?
– Pues eso… si yo conozco a los muertos. ¡Yo qué sé! Pero no me pida que dé un paseo solo por el cementerio de noche. De día, todo lo que quiera; pero de noche…
– ¿No creerá en los fantasmas?
– No. Los fantasmas son los humanos.
–Solo quedan cinco fossores en toda España. ¿Hay relevo?
– Me gustaría que lo hubiera, pero esto es negocio de Dios. Cuando yo entré, tenía 22 años y éramos casi todos jóvenes. Ahora ya no. Pero la Iglesia existía antes de los fossores y seguirá después. Hay que pedir por las vocaciones, pero sin amargarse ni preocuparse por el futuro. Él sabrá.
Enlace de origen : «De noche el cementerio me da miedo»

