Entrar por la puerta de Vinos Carmelo es visitar un bar de los de siempre. En este caso, esa afirmación va mucho más allá de una frase hecha. Se trata de la mejor manera de definir el establecimiento que se asienta en la logroñesa calle Beratúa desde 1980 y que se ha convertido, casi medio siglo después, en un referente en la ciudad a la hora de almorzar o comer con la cuadrilla «a un precio asequible y con comida casera».
Son múltiples los detalles que definen al Vinos Carmelo como un bar de toda la vida: las guindillas en el mostrador, los porrones a disposición de los clientes, el periódico LA RIOJA listo en las mesas para ser leído por cualquier visitante, los manteles de papel en el comedor, los recuerdos del Club Deportivo Logroñés en las paredes… «Una vez pusieron una reseña que me hizo mucha gracia; decía que era como un parque temático de los ochenta», resalta Carmelo Martínez, actual responsable del negocio e hijo de Florencio y Lorenza, los dueños originales del bar.
Un proyecto que comenzó como bodeguilla
El Vinos Carmelo no empezó como un bar al uso, sino como una bodeguilla. «Estaban muy de moda en Logroño en aquellos tiempos y se vendía vino a granel», especifica Carmelo Martínez. «Mi padre venía del pueblo, de Cárdenas, y como teníamos campo y viñas decidió abrir ese tipo de negocio», apostilla.
El hostelero recuerda perfectamente tanto la estética como el perfil del cliente en aquellos primeros compases. «La gente traía las botellas de gaseosa de casa y se las rellenábamos», cuenta. «Después, también se acercaban muchos currantes con su bocadillo y se les sacaba el porrón de vino, que era un clásico», señala la cara visible de un establecimiento que en el año 2000 acogió una reforma para enfocarlo más al concepto actual de ofrecer tanto almuerzos como comidas.
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Martínez tomó de esa manera el relevo a sus padres y ha sido la cara visible del local durante los años más recientes, salvo entre 2006 y 2012, cuando lo dejó para probar «otras cosas» lejos de esas paredes que le vieron crecer. «Pero después volví aquí», remarca.
Trato cercano
Más allá de la propuesta gastronómica y de la estética del local, Martínez siempre ha querido mantener los pilares sobre los que se asentó Vinos Carmelo en su origen. «Aquí siempre le hemos dado importancia al trato, que la gente se sienta como en casa», reseña el responsable del negocio hostelero de la calle Beratúa. «No en vano, el 95% de los que entran son conocidos:sé lo que quieren y a la hora que vienen y así podemos darles un trato personalizado», reitera.
Al escuchar esa explicación, unos clientes confirman las palabras de Martínez. «Yo prefiero un bar de estos que los de etiqueta», apunta Epi, uno de los asiduos al lugar. «Yo he venido toda la vida aquí y, ya cuando estaba su padre, él me veía entrar por la puerta y sabía lo que quería sin que dijera nada:chicharro en escabeche», ejemplifica.
Lo que te comerías en tu casa»
Martínez no ha querido variar un ápice el espíritu con el que sus padres abrieron el bar. Lo casero es lo que manda y así queda plasmado tanto en los almuerzos como en el menú del día. «Hacemos comidas sencillas, como las que te comerías en tu casa», sintetiza antes de enumerar algunas de las especialidades de su cocina, entre las que destaca la casquería. «Callos, asadurilla, sangrecilla, orejita; también mucho huevo frito…», enumera Martínez. «Y luego en el menú del día tenemos primeros platos clásicos como patatas con chorizo, paella o caparrones», detalla.
Carmelo Martínez y Álvaro Duro, con los callos y el porrón, buques insignia del Vinos Carmelo.
Sonia Tercero
El precio del menú del día es de 12 euros. «Ofrecemos algo baratito, enfocado a los trabajadores», subraya el dueño de un bar en el que también hay menú para llevar (8 euros) e incluso raciones de callos para degustarlos en casa (5 euros). «Y todo lo ponemos en cantidades generosas; sales satisfecho de aquí», asegura Martínez para apuntar después que el local cuenta con dos espacios. «Hay gente que prefiere comer en el comedor, que es más íntimo, pero muchos también lo hacen fuera», señala en referencia a las mesas situadas en la zona de la barra.
Sin tele, sin tragaperras y sin máquina de tabaco
Recuerda Carmelo Martínez que cuando su padre inició esta aventura, no tenía televisión en el bar. «Solo había un tocadiscos», rememora. Casi medio siglo después, Vinos Carmelo sigue sin tele. «Y sin tragaperras y sin máquina de tabaco», apostilla el dueño del negocio mientras suena de fondo un pasodoble. «Eso también le hace gracia a la gente que viene, que siempre ponemos a Manolo Escobar y música de ese tipo», señala con una sonrisa.
A esas singularidades se suma una más: el horario. «Abrimos de lunes a viernes, de siete de la mañana a cinco de la tarde», reseña Martínez para explicar después que así puede conciliar la vida laboral con la personal. De esta forma, los almuerzos se ofertan desde las diez de la mañana al mediodía y las comidas se dan desde las 13.30 hasta las 15.30 horas. También hay pinchos en la barra, entre los que destaca el de sardina con guindilla. «Antes se alternaba más», opina Martínez antes de añadir algún otro detalle más a ese espíritu tradicional. «Hacemos zurracapote en San Mateo», señala para terminar definiendo al Vinos Carmelo como «un bar de barrio» en el que tiene la intención de jubilarse en el futuro.
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