
Estamos sentados de espaldas a un grupo numeroso de personas. De pronto, y sin razón aparente alguna, comenzamos a notar una sensación extraña. Podríamos jurar … que alguien nos está mirando fijamente. Nos damos la vuelta y… ¡zas! ¿Cómo nos hemos dado cuenta? Va un spoiler para los más optimistas: no, no es que tengamos superpoderes.
Eso que nos acaba de pasar y que cualquiera ha podido experimentar alguna vez en la vida tiene un nombre casi tan extraño como el fenómeno en sí: escopaestesia. Es el que le dio el psicólogo Edward B. Titchener en 1898 –’scopaesthesia’, en inglés– quien realizó una serie de experimentos después de que varios estudiantes le explicaran que podían «sentir» cuando les miraban fijamente aunque no pudieran ver a esa persona. ¿Qué resultado dieron esos experimentos? Negativo. No podían. Años después el investigador británico Rupert Sheldrake anunció que había logrado resultados positivos pero otros científicos, como David Marks y John Colwell, explicaron que se debía simplemente, al aprendizaje de patrones por parte de los participantes. No, no se trataba de una capacidad extrasensorial (para decepción de los parapsicólogos de la época).
Sin embargo, la neurociencia ha encontrado en los últimos tiempos explicaciones racionales para este fenómeno. La experta de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) Diego Emilia Redolar explica que «nuestro sistema nervioso recibe mucha información y solo somos conscientes de una pequeña parte de ella». Vamos a ver cómo funciona con más detalle. «La información sensorial llega al cerebro. Pero para que haya una percepción consciente de ella se tiene que procesar en la corteza de asociación de cada modalidad sensorial», detalla. Un ejemplo: la visión. «Desde la retina se envía información al tálamo y a otras rutas como los colículos superiores. Todo eso llega a la corteza visual de asociaciones y ahí es donde ya tenemos la percepción consciente visual».La clave es que, durante ese proceso, antes de que llegue la imagen nítida haciendo un símil con un televisor, «esa información ya se está procesando y se puede utilizar».
En su obra ‘La mujer ciega que podía ver con la lengua», Redolar cuenta el caso de una mujer, Montse, que «no tiene corteza visual». No puede ver, pero tiene retina y tálamo. Hace años, en una comida familiar, alguien descorchó una botella de cava y el corcho salió disparado hacia la cara de Montse. «Cuando estaba a punto de impactar, ella puso su mano y lo detuvo. Ella explicaba que no había visto el tapón y lo atribuía a una intuición.Pero no lo era. Esa información visual había pasado por su retina , el tálamo y el colículo superior y había puesto en marcha la respuesta, aunque ella no fuera consciente».
¿Cuánta información maneja, por tanto, esa persona sentada de espaldas de la que no es consciente? Esa atención exógena del cerebro o que está ‘en proceso’ explica muchos de esos casos. Al entrar en esa sala donde estamos sentados de espaldas ya habremos recabado muchas pistas, aunque estén todavía sin procesar.
Un torrente de datos
Hay más ‘chivatos’ y el principal es la amígdala, ese rastreador cerebral de señales de peligro en nuestro entorno. Tanto el sistema visual como el auditivo envían señales a la amígdala y no somos conscientes de todas ellas. Por ese motivo, nos podemos girar porque hemos detectado algo a nuestra espalda aunque no seamos conscientes de ello. «Podemos tener indicios previos, y si además se activa la amígdala, podemos poner en marcha una respuesta y ser conscientes de ello posteriormente», analiza la experta de la UOC.
También influye la visión periférica, lo que vemos en los extremos –especialmente los cambios y el movimiento– pero que no solemos incluir en la foto final que analizamos. Redolar recalca que todo el proceso «es sensorial» porque «no hemos identificado otro tipo de receptores en seres humanos, que sí existen, por ejemplo, en las aves, que pueden detectar campos magnéticos».
¿Quién pone orden en ese vergel de información no procesada? ¿Qué hace que pongamos interés en unos datos y no en otros? «Las redes atencionales marcan a qué prestamos atención. Influyen las experiencias previas y el estado en que nos encontramos, entre otros factores». Redolar busca un ejemplo sencillo. «Si te acabas de comprar un ‘golden’, verás muchos perros de esa raza por la calle y tendrás la sensación de que hay más que antes, pero es únicamente que ahora estás más atento a ese asunto». Existe también el llamado sesgo de confirmación.«Si llegamos tarde a clase y pensamos que hemos llamado la atención, es muy posible que nos giremos y lo confirmemos cuando es muy probable que, realmente, la gente esté atareada y nadie se haya dado cuenta».
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