Marcelino Izquierdo Vozmediano
Domingo, 31 de agosto 2025, 21:38
La noticia del hundimiento del mal llamado puente volante sobre el Ebro a su paso por Logroño, que costó la vida a 90 militares el 1 de septiembre de 1880, dio la vuelta por los cinco continentes. La tragedia, de la que hoy se cumplen 145 años, no sólo conmocionó a toda España, sino que también fue recogida por la prensa europea, americana e, incluso, australiana, con titulares, ilustraciones y portadas de gran impacto.
El 6 de octubre se publicó el ‘Informe facultativo’ del cuerpo de Ingenieros, que exoneraba de toda culpa a los responsables de la instalación: «1) Que el siniestro fue independientemente de la construcción de la compuerta y de la carga en cantidad, calidad y modo de distribuirla. 2) Que el teniente de Ingenieros D. Manuel Massó, o mejor dicho su memoria, está libre de todos conceptos de todo género de responsabilidad. 3) Que si presenció el embarque, lo hizo sin carácter oficial y sin atribuciones de ninguna especie».
Sin embargo, las diferentes informaciones periodísticas desdicen dicha versión. Para empezar, ‘La Ilustración Española y Americana’, en un artículo del reputado escritor José Fernández Bremón, señala que, cuando el Regimiento de Infantería de Valencia tenía que cruzar el río para hacer maniobras, «el capitán de Ingenieros había encargado al coronel del citado regimiento que le avisara para estar presente en el momento del paso; el coronel cumplió el encargo, pero no se encontró al capitán, y se llevó consigo al teniente de Ingenieros D. Manuel Massó y Garriga», quien, por cierto, fue uno de los fallecidos. No iban a cargarle la culpa al muerto, claro. Segundo error.
Portada de un popular periódico de París dedicada en exclusiva a la catástrofe de Logroño. BnF

El mando llamó ‘puente volante’ a una simple ‘compuerta de embarque’, que resistió día y medio
Y la banda iba tocando…
Y prosigue la crónica de Bremón: «Embarcaron en la compuerta un batallón, y además la (banda de) música, que fue tocando durante el trayecto, y ocupando, por consiguiente, un espacio mayor que el que le hubiera correspondido si hubiera ido en las condiciones de los demás soldados; había, por consiguiente, un desequilibrio en la colocación de la carga sobre la compuerta, que no iba igualmente repartida en toda su superficie». Tercer error.
La revista Memorial de Ingenieros del Ejército describía así el siniestro: «Empezó a zozobrar la balsa, aunque con lentitud, pero perdiéndose la serenidad se produjo un pánico lamentable con todas sus consecuencias; unos cayeron al agua y arrastraron a otros, muchos se lanzaron al río; dicen que se oyó la voz de tirarse al agua los que sepan nadar, y cada uno obró según su impresión en aquel terrible momento; siendo buena prueba de la confusión y falta de serenidad, el hecho de que aquéllos que conservaron ésta y permanecieron de pie sobre el tablero, se salvaron todos, con el agua al pecho los de menor talla, pues en aquel sitio sólo había dos metros y veinticinco centímetros de profundidad de agua». Cuarto error, si bien compartido.
Esquema incluido en el informe oficial. colección particular

Pero lo más sorprendente es que, pese a la que terminología oficial manejada con posterioridad siempre hablaba de ‘puente volante’, testimonios solventes señalan que, en realidad, se trataba de «una compuerta de embarque que, con el auxilio de un cable tendido de una orilla a otra, hacía las veces de puente volante». En resumen, una balsa manejada por una maroma. Este fue el primero y más grave de los errores.
De hecho, algo muy básico tuvo que fallar, independientemente de la zozobra causada por el agua del río, cuando la compuerta de embarque solo estuvo en funcionamiento día y medio, el mismo tiempo que su rápido montaje.
Las tareas de rescate comenzaron de inmediato por parte del ejército y los vecinos. Algunos militares se salvaron, como el músico del bombo, quien usó su instrumento como barca. Los cadáveres fueron trasladados al cercano Hospital Provincial y la mayoría fueron inhumados en el cementerio municipal, en cuya zona del siglo XIX aún permanecen.
La catástrofe tocó hasta tal punto la fibra del Congreso de los Diputados que acaloradamente abordó la necesidad de instalar cuanto antes las infraestructuras necesarias para comunicar ambas márgenes; el Gobierno construyó un puente de madera provisional. En definitiva, pese al evidente cúmulo de despropósitos, todas las autoridades optaron, aprovechando el dolor y la confusión, por hacer tabla rasa, barrer la basura de forma apresurada y ocultarla bajo la alfombra.
Siendo ya presidente Gobierno el torrecillano Práxedes Mateo Sagasta, un año más tarde se proyectó el Puente de Hierro, inaugurado en 1882, mientras que el Puente de Piedra fue remodelado por completo en 1884.
El accidente, según ‘The Illustrated London News’. the national archives

Todo comenzó con la ‘gran riada’ de 1775
Para conocer los antecedentes de la tragedia sufrida por el Regimiento de Valencia, habría que remontarse a junio de 1775, cuando una gran riada del Ebro cubrió todo el puente y hundió uno de los torreones medievales. El progresivo deterioro de la infraestructura, levantada en el siglo XII por San Juan de Ortega según cuenta la leyenda, fue creciendo por culpa de la Guerra de la Independencia y de las guerras civiles, denominadas carlistas, sobre todo por el paso de ejércitos y pesadas piezas de artillería. Ya en el siglo XIX, se optó por derruir el resto de las torres en ruina y reforzar la infraestructura. Pero el puente volvió a desplomarse.
Un paso provisional de madera, que permitía seguir uniendo ambas orillas de forma precaria, se hundió el 9 de agosto de 1880, debido al paso de una sección de artillería rodada. Era necesario, pues, buscar una solución de urgencia. Apenas veinte días después, el cuerpo de pontoneros instaló la citada compuerta de embarque, con el sabido fatal desenlace.
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Enlace de origen : La tragedia del Ebro que dio la vuelta al mundo