
Solemos ver la vida como algo inmutable. Nos vemos igual que hace quince años y no somos los mismos que hace tres. Creemos que nuestras … ideas se mantienen intactas aunque digan lo contrario y, si apreciamos alteraciones en nuestro aspecto físico, nos aferramos al último baluarte de nuestro ser, nuestro cerebro, siempre el mismo, siempre idéntico. Error. Dicen los neurocientíficos que nuestra materia gris ni siquiera funciona igual en todas las estaciones del año. Y, por cierto, en verano, va mejor.
Las vacaciones «activan redes cerebrales que el estrés apaga el resto de al año». Lo cuenta Emilia Redolar, neurocientífica de la Universitat Oberta de Catalunya (UOB). «Las relaciones sociales de calidad -aquí más de uno y más de una habrán soltado una sonrisilla- reducen el impacto en el cerebro del cortisol», la temida hormona del estrés. Así que mejora la salud y la actividad cerebral. Que tú pensabas que en la terracita con un vino estás más brillante y al final va a ser cierto.
Hay estudios que muestran que «esa mayor interacción reduce la ansiedad social y aumenta la oxitocina y la dopamina, lo que refuerza los vínculos emocionales y parentales y el aprendizaje». Eso sí, cuando esas interacciones van con la cerveza en ristre, no serán beneficiosas. El alcohol «deteriora progresivamente la función ejecutiva y altera la toma de decisiones». Tiene impacto en regiones cerebrales clave. «Inhibe la corteza prefrontal, involucrada en la planificación y el juicio, y además genera dificultades a largo plazo desde un punto de vista cognitivo», explica Redolar.
Ahora es cuando uno levanta los dos brazos y se suma al tópico de que dos cañas no pueden ser malas. Pues sí. «Estudios con imagen por resonancia magnética funcional (fMRI) en jóvenes y adultos muestran que el consumo de alcohol, incluso moderado, reduce el flujo sanguíneo y afecta a las redes cerebrales implicadas en la atención, la memoria de trabajo y la toma de decisiones, ya que altera la plasticidad sináptica y la conectividad entre la corteza prefrontal y la amígdala». Cuando hablamos de consumidores crónicos, la situación se agrava. «Se ha detectado daño en la materia blanca que conecta la corteza prefrontal con el hipocampo». Ahí ya hablamos de daño cognitivo. Por cierto, el alcohol también «multiplica por tres el riesgo de depresión, un 40% la probabilidad de trastornos de ansiedad y tiene una comorbilidad del 60% con el trastorno bipolar».
Vayamos a algo más luminoso. Y es que luz es la firma del verano. Una promesa que esperamos durante los meses de frío. «La exposición a más horas de luz puede mejorar el estado de ánimo, pero también altera el ritmo circadiano y hace que sea más difícil dormirse», apunta Redolar. Y no solo por esas ganas de decir «pero cómo nos vamos a marchar ahora con lo bien que nos lo estamos pasando». También porque, desde tiempos remotos, los hombres y mujeres han guiado sus vidas por las horas de luz solar. Eso lo llevamos escrito en los genes como un saber antiguo.
Las condiciones óptimas
«La luz influye en el hecho de que vayamos a dormir más tarde. Si se le añaden las altas temperaturas, los ritmos circadianos son más difíciles de regular», apunta la neurocientífica y profesora. También afecta a la propia «calidad» del sueño, que tiende a ser menos profundo. Investigaciones recientes de la Universidad de Cambridge indican que, cuando es prolongado y en horarios regulares, el sueño se asocia con un mayor volumen cerebral y mejores funciones cognitivas. Quizá por eso todos buscamos un lugar de calor donde refresque a la noche. Es la fórmula para que el cerebro trabaje en condiciones óptimas.
Si queremos algún ingrediente más para esa receta, Emilia Redolar señala «una dieta rica en fruta, verduras, legumbres y frutos secos, que tiene también efectos positivos sobre la función cognitiva». También ayuda la reducción de las carnes procesadas, el azúcar y la sal. Y sólo nos falta un poco de deporte, que en estas fechas debería ser una tarea sencilla. «El ejercicio físico fomenta la formación de nuevas neuronas en la formación hipocampal, que es una estructura crítica».
Es verano, ese tiempo tan esperado. «El simple hecho de no trabajar disminuye los niveles de cortisol. Viajar, leer, caminar por la montaña o bañarse en el mar tienen un impacto positivo: disminuyen el cortisol y activan el núcleo accumbens, fundamental para la motivación y el refuerzo», según la experta de la UOC. En cuanto lo hacemos, hay efectos positivos. «No es necesario esperar un mes, con un día o un fin de semana empezamos a notarlo». Habrá que probar.
El uso intensivo de pantallas puede arruinar la mejoría
Pegados al teléfono, viendo vídeos, comentando publicaciones y respondiendo mails. Aunque no lo crean, hay por ahí quien se tira parte de las vacaciones así. Y eso puede freír el cerebro y arruinar cualquier mejoría que le aporte el verano. «El uso intensivo de móviles, tabletas y otros dispositivos digitales durante el tiempo libre puede tener un impacto negativo en funciones clave como la atención sostenida y la flexibilidad cognitiva», explica la neurocientífica Emilia Redolar. De hecho, notaremos que nos cuesta más «cambiar de tarea con rapidez y adquirir información con eficacia porque afecta a la corteza prefrontal dorsolateral». Estudios de neuroimagen, como el de Cognitive Neuroscience Lab y el de American Psychological Association, muestran que la exposición frecuente «altera la activación del lóbulo frontal, crucial para el control de impulsos».
Enlace de origen : Tu cerebro también quiere que el verano no se acabe