La Redonda, la Laurel, los lagares… son algunos de los atractivos que pueblan el Casco Antiguo de Logroño, con su evidente acompasamiento como fuente turística de ingresos, pero el centro histórico también esconde un oscuro velo que se cierne sobre la convivencia de los –cada vez menos– residentes. Los excesos de quienes desprecian el descanso vecinal suponen un quebradero de cabeza para quienes los sufren, pero también para quienes tienen el mandato de vigilar el cumplimiento de la normativa.
Hace unos días, varios episodios violentos, en los que unos jóvenes vandalizaban un portal y lanzaban botellas a los domicilios en plena madrugada, encaramaron a Logroño a los medios nacionales, y no precisamente con buena prensa. La asociación de vecinos Demanda Casco Antiguo alegaba, en contra de la postura municipal que lo considera como «hechos aislados», que situaciones similares, con broncas y borracheras continuas, se repiten cada semana, lo que destierra su derecho al descanso. De hecho, este viernes denunciaban con un nuevo vídeo una pelea de madrugada en la calle Bretón.
Las terrazas de hostelería, y el público que las abarrota de jueves a domingo, no hacen sino contribuir a esa tensión ensordecedora que palpita en los portales del barrio, cuyos residentes se sienten «indignados», «hastiados» y «abandonados» por el Ayuntamiento. Los de Amparo, Laura y Jorge son sólo tres testimonios de los cientos que describen los ánimos vecinales ante, lo que ellos entienden, una «excesiva permisividad municipal» y una «incomprensible inacción policial».

Amparo Castrillo
Vecina de la calle Sagasta
«Orinar en la calle no es el problema cuando todas las noches hay gritos»
«El Casco Antiguo es una zona que tiene muchas ventajas, pero también inconvenientes; lo que sucede es que en los últimos tiempos las ventajas están cayendo en picado», cuenta Amparo Castrillo, desde su domicilio de la calle Sagasta. Y lo argumenta: «Antes la convivencia era muy cercana, casi como de pueblo, pero ahora esto se está quedando vacío, te podría decir mucha gente que, harta de problemas y de vivir con tapones en los oídos, se ha ido; y en su lugar ponen alquileres turísticos, con lo que ese sentimiento de barrio nos lo están quitando».
Los problemas para conciliar el sueño se han agravado en los últimos años y el ‘acoso’ de los juerguistas ha empeorado desde la pandemia porque el turismo que viene a Logroño es, a juicio de Amparo, el «de borrachera»: «Es un turismo que parte de la idea de que en Logroño todo se consiente y de hecho es así, aunque normativamente no lo sea». «Si no hay sanciones ni una intervención continua para terminar con estas actitudes, es como si se permitiera», opina Amparo, hastiada de que se hable del aumento de las sanciones: «Para los vecinos del Casco Antiguo orinar en la calle no es el mayor problema cuando tienes todas las noches a grupos de personas vociferando por la calle». «Lo que menos se sanciona son los locales de ocio nocturno; lo siguiente que menos se castiga son los comportamientos de gritos. Y lo que más, con muchísima diferencia, es orinar en la calle», arguye. Y ella, como sus vecinos, asiste perpleja a una permisividad, que cree incompatible con la convivencia: «Puertas abiertas en los locales, música a todo volumen, gente sacando bebida a la calle, cristales rotos… Y más si hay eventos», indica sobre la concentración de actos de ocio en el Casco Antiguo, lo que amplifica el agotamiento vecinal.
«No se puede permitir que continuamente haya gente gritando por la calle, despelotándose y con unos comportamientos tremendos», cuenta indignada para añadir: «Muchas veces llamamos a la policía y no nos cogen; o si nos cogen, nos dicen que en ese momento no pueden acudir porque no hay agentes disponibles o que no han visto esas actitudes…».
Más allá de más presencia policial, que también, Amparo reclama un mayor contacto entre Ayuntamiento, policía y vecinos: «Me duele que, cuando hacemos una denuncia de unos hechos horribles, la respuesta sea que es algo puntual. A mí me gustaría más una respuesta de ‘vamos a hablar, contadnos qué es lo que os está pasando, qué es lo que estáis viviendo y qué podemos hacer’».

Laura
Residente en Herrerías
«No son hechos aislados, todos los fines de semana sucede algo»
Laura achaca gran parte del ambiente que se vive en el Casco Antiguo a la permisividad con la hostelería que se mantuvo tras la pandemia: «La manera de vivir cambió, incluida la manga ancha hacia la hostelería para favorecerla porque estaban en crisis. Les permitieron aumentar el tamaño de las terrazas y lo que en otras comunidades autónomas revirtió después de la pandemia, aquí no. Aquí vale más el empresario que el ciudadano». Lejos de mejorar, la situación ha empeorado: «Antes salías a la calle y en la plaza de Mercado había niños jugando, ahora el ocio empieza tan pronto, el famoso tardeo, que no hay lugar para que los niños jueguen porque lo que hay es borracheras y escándalo». «Nadie quiere que sus hijos vean eso cerca de su casa –asevera Laura–. No se restringe solo al fin de semana y a la noche, sino que desde el mismo jueves ya tenemos problemas para dormir. Somos personas que tienen que ir a trabajar y hablamos de cualquier oficio: sanitarios, funcionarios, comerciantes… y tenemos que rendir porque luego nos piden cuentas. O es que ¿alguien quiere que le atienda un médico que no ha dormido?»
El salto a los medios nacionales de los recientes episodios vandálicos en la noche logroñesa ha vuelto a poner el foco en el tipo de ocio nocturno que desea la ciudad. «La gente viene aquí a pasárselo bien, de borrachera, de despedida… Como no hay control policial, la gente se viene arriba: el que ha venido de fiesta a Logroño y se lo ha pasado bien porque ha hecho lo que ha querido, cuando tiene que preparar otra, dice ‘vamos a Logroño, que allí no hay nadie que controle’», explica esta vecina, que lamenta que el Ayuntamiento «nunca contesta a nuestras instancias». «Y si llamamos a la policía, la respuesta suele ser ‘ahora mismo no te puedo mandar a nadie’», protesta.
Una de las dianas de las quejas vecinales atañe a los hosteleros: «Hay unos que sí cumplen y otros que no, que son los que afean la situación. Ellos alegan que no son policías, que no tienen que controlar». «Pues sí que tienen que controlar porque es su local, tienen un aforo máximo, tienen que poner la música a un nivel, la puerta cerrada… Pero solo piensan en hacer caja», replica airada Laura, que se pregunta si todos los locales cumplen la normativa de seguridad, aforo, accesibilidad, etc.
Admite haber valorado la mudanza: «Te planteas irte, pero ¿quién te va a comprar la casa? Como mucho, un empresario que lo destine a piso turístico, que es otro problema del Casco Antiguo». «No hay vivienda ni negocios porque no es el sitio adecuado», dice Laura, que rechaza la tesis de que sean episodios esporádicos: «No son hechos aislados, todos los fines de semana sucede algo: la semana pasada el portal; la anterior quitaron la tapa de una alcantarilla y la dejaron en vertical… Gracias a Dios, eso no pasa todos los fines de semana, pero las peleas, broncas y borracheras sí».

Jorge Fernández
Vecino de la calle Portales
«Nos vamos siempre en fiestas porque el ruido se hace insoportable»
Más de 25 años como residente en la calle Portales permite a Jorge Fernández hablar con criterio de las vivencias en el barrio. «Siempre ha sido una zona con movimiento, pero a lo largo de 25 años sí percibimos un proceso de empeoramiento paulatino», cuenta este amante del Casco Antiguo, que admite que «cada vez son más los vecinos que se van, cada vez vive aquí menos gente y las molestias y el ruido que genera la actividad de la hostelería van a más». Como sus vecinos, Jorge también percibe que tras la pandemia «ha ido a peor: se oyen más ruidos, más gritos, te encuentras muchas veces la puerta del portal abierta…». Aunque este vecino no se ha visto obligado a llamar a la policía por los altercados, sí asume que es un problema recurrente, «que comentan los vecinos». «En este conflicto entre el derecho al descanso y a la vida tranquila de los vecinos y el derecho a la actividad económica y al disfrute, el Ayuntamiento, que tiene que actuar como árbitro, da la sensación de que casi siempre cede más hacia la actividad económica y el ocio», considera este residente. Esta impresión se agudiza con la proliferación de pisos turísticos, que Jorge asume por los numerosos grupos de jóvenes, especialmente ruidosos e invasivos, que ven en Logroño su destino preferido para despedidas y fiestas.
Los ruidos y las molestias del ocio llevan tiempo condicionando la vida de los vecinos del Casco Antiguo. «Uno está resignado a acostumbrarse pero a veces resulta insoportable: nosotros, por ejemplo, hacemos lo posible por no estar en casa durante San Mateo; nunca estoy en mi casa esa semana si puedo evitarlo, porque ruidos hasta las cuatro de la mañana, un día tras otro, se hace muy duro».
Y en el caso de Jorge y su mujer, que se han planteado en alguna ocasión cambiar de domicilio, saben bien que la venta de los inmuebles se antoja difícil. Lo dice con conocimiento de causa: «El que está justo enfrente de nosotros estuvo años y años en venta y al final se terminó vendiendo porque el precio sería especialmente ventajoso para el comprador». «Yo creo que no hay gente que quiera venir a vivir al Casco Antiguo, a no ser que piense en rentabilizar esa inversión, como con un alquiler turístico o algo así», analiza este residente.
De ahí que Jorge tenga una petición a los responsables municipales: «Que en esta tensión entre vecinos y ocio, que no salga siempre tan perjudicadas las aspiraciones de los vecinos».
«Los esfuerzos a veces se ven, otras no, pero se sienten»

El responsable municipal de Interior, Francisco Iglesias, cree desproporcionadas algunas críticas. «Logroño no es el Magaluf del norte y los hechos vandálicos son episodios aislados», mantiene mientras enumera las denuncias del primer semestre en el Casco Antiguo: «2.136 por infracciones a las ordenanzas municipales», que se suman a las 3.256 del año 2024 y las 930 denuncias por infringir la Ley de Seguridad Ciudadana.
«Por mucho que los vecinos digan que no estamos, estas denuncias no salen del aire», apunta, antes de precisar el dispositivo especial nocturno que se despliega cada fin de semana con «entre ocho y nueve personas, además de las cuatro patrullas y la de atestados». «¿Podemos llegar a más? Igual destinando muchísimos efectivos más, pero creo que el Casco Antiguo no se tiene que convertir en un estado policial, con un policía en cada esquina», opina Iglesias, que continúa: «Estamos tranquilos, porque estamos haciendo todos los esfuerzos a nuestro alcance. A veces se ven, otras veces no, pero se sienten con los datos que tenemos y damos».
xto]
Límite de sesiones alcanzadas
El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a las vez.
Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Sesión cerrada
Al iniciar sesión desde un dispositivo distinto, por seguridad, se cerró la última sesión en este.
Para continuar disfrutando de su suscripción digital, inicie sesión en este dispositivo.
Este contenido es exclusivo para suscriptores
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Enlace de origen : La pesadilla de cada fin de semana en el Casco Antiguo de Logroño