Los dieciséis ojos que miran de frente al fuego

Sábado, 9 de agosto 2025, 08:17

La torreta de Alcarama dio la voz de alarma al SOS. El vigilante advirtió que veía una columna de humo cerca del Valdeperillo, un aldea de Cornago con apenas una docena de vecinos. Eran las 17.50 horas del pasado lunes y el calor era intenso. Nada más escuchar la alerta, los operarios y el oficial, Eduardo Galán, del retén R-41 empezaron a recoger. Estaban en el área recreativa de Contrebia Leucade y emprendieron camino a la zona cero porque «que la torre vea humo en agosto en Valdeperillo… ya sabes que no es nadie haciendo chuletas, que no es un humo normal, suena a incendio», quien así lo relata es Rubén Galán, jefe del segundo retén de Cornago, el R-42, que condensa casi 30 años de experiencia haciéndole frente al fuego, en un tenso cara a cara.

En pocos minutos las llamas empezaron a coger una fuerza descomunal. «Iban a necesitar más medios, más gente, más helicópteros…», cuenta. Las avionetas del Gobierno de La Rioja estaban colaborando en la extinción del incendio de Orense. Poco a poco fueron llegando más retenes, más ayuda, de Soria, de Navarra, de la Brif de Daroca, la Carif… uno de esos dispositivos que se despliegan para doblar el brazo a los grandes fuegos. Los de R-41 por el flanco derecho, desde Soria, por el izquierdo, una operación dirigida desde el Puesto de Mando Avanzado (PMA) hasta que doce horas después el fuego se daba por controlado.

El de Valdeperillo mostró su peor cara, no todos tienen la misma. «Cada fuego es distinto, no hay un patrón». Ycada uno requiere unas técnicas distintas. «Depende del combustible, del día, de la hora. El fuego no se comporta igual a las seis de la tarde que a las cuatro de la mañana, que hace más frío y el aire es descendente». Pero los grandes fuegos sí tienen algo en común: «Te dejan muerto, llevas un EPI que pesa 20 kilos y vas para arriba, para abajo; cuando te arrimas el calor es una bestialidad. Hay veces que he tenido que decir: échate para atrás que se te están quemando las gafas. Acabas con ampollas, con rozaduras, destrozado». Rubén Galán describe así las secuelas de las jornadas de trabajo en las que basta con una mirada para saber que «Vamos a pasar la noche aquí». Son las miradas cómplices de quienes conocen a un enemigo que en ocasiones asusta, «sobre todo el ruido, es atronador. Empiezan a chisporrotear los árboles, las matas… y ves las llamas y el humo tira que es una bestialidad».

«Hay veces que he tenido que decir: échate para atrás que se te están derritiendo las gafas»

Rubén Galán

Jefe del R-42 de Cornago

«En Montemediano vivimos un momento en el que vimos que pasar de estar bien a perder la vida era fácil»

A lo largo de su extensa trayectoria como bombero forestal, ha habido de todo, incluso episodios de intenso miedo como el que recuerda en Montemediano hace unos 15 años. Todo el equipo trabajaba en la extinción del incendio que se había desatado en la zona. «Estábamos en la cresta, oíamos que iba a haber descargas de una avioneta AT –aeronaves diseñadas para la extinción de incendios forestales– pero en otro flanco, y de repente nos cayó encima». Eran 1.500 litros de agua que arrancaron árboles y envió al hospital a varios de los compañeros de Galán. El agua, además, llevaba retardante, un líquido rojo que por unos instantes les dejó ciegos y conmocionados. «Fue un momento en el que vimos que pasar de estar bien a perder la vida era fácil».

El de Montemediano no fue el único episodio en el que se replantearon lo rápido que te puede cambiar la vida. Hace un par de años, en Ezcaray, un fuego al que le habían tomado la medida y parecía estar controlado, se dio la vuelta, el viento fue el culpable de ese giro inesperado y cuando atacaban la cabeza del incendio con agua y un buldózer «el aire nos metió el humo hacia donde estábamos. La vía de escape era cuesta arriba, no era fácil y los ocho que estábamos nos asustamos, sí». Por fortuna todo se quedó en un susto.


Sonia Tercero

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Desde que comenzó en 1996 hasta hoy, las cosas, dice, han cambiado mucho. Al principio, los incendios eran más pequeños, muchos de ellos eran provocados por intereses de pasto. Ahora, detrás de la mayoría de las desgracias están los descuidos, aunque también están los intencionados para hacer daño. El tamaño de los incendios también ha variado con los años. Ahora suelen ser de mayores dimensiones. Así ha sido en los últimos tres o cuatro años en La Rioja. El de Ezcaray, el 21 de agosto de 2021, arrasó más de 100 hectáreas; y el de Yerga, el 10 de julio de 2022, alcanzó unas proporciones similares. Quedaría por medir el último, el de Valdeperillo, «que se prevé de gran extensión, pero no gran incendio». Esta categoría sólo se alcanza a partir de las 500 hectáreas calcinadas. El último fuego que superó estas magnitudes en territorio riojano fue en agosto de 1986. Cerca de 1.000 hectáreas de monte quedaron arrasadas en la sierra de Las Viniegras en un incendio que quedó extinguido después de tres días de intensa lucha.

Con el transcurso de los años también ha cambiado la mentalidad del hombre. Los ciudadanos están más concienciados ahora que antes. Sobre todo a partir del incendio de Guadalajara, que se originó el 16 de julio de 2005 por una barbacoa mal apagada, quemó 13.000 hectáreas y dejó 11 víctimas mortales, convirtiéndose en el más letal del siglo XXI. Desde entonces está prohibido hacer fuego en los asadores, pero además, «la agricultura no hace tanta quema para restos ni nada, en verano está totalmente prohibido y a los ganaderos se les desbroza. Todo eso se nota», explica.

Aún así los días de tormentas secas les siguen dando sustos. Son, quizá, «los más peligrosos».Los descuidos siguen siendo el origen de algunos de ellos. El oficial de R-42 recuerda lo ocurrido hace unos años en Yerga, en Los Valverdes, la pequeña aldea de Cervera del Río Alhama. Un niño había encendido una hierba con un mechero y «casi se nos quema el monte». «Cuando el pequeño vio el helicóptero y a veinte personas allí tenía una llorera encima… En esos momentos piensas qué tontamente pasan las cosas».

Hace dos o tres años Turruncún, una aldea despoblada, «se nos encendió tres veces». Todo hacía sospechar que habían sido provocados. De hecho, detalla, se instalaron cámaras porque «veíamos que el día menos pensado iban a quemar todo el pueblo y allí no había interés ni de pastos ni agrícolas». Desde entonces, la situación está más calmada, no se ha vuelto a registrar ni un conato de incendio.

Unos viven del aire y otros del fuego, «pero yo no vivo del fuego, vivo para apagar los fuegos –matiza– aunque es verdad que a veces se apagan con fuego». Es otra herramienta que conocen los bomberos forestales para extinguir un incendio. «Por una técnica que se llama succión, cuando un fuego se junta con otro se apaga y se acaba todo el combustible». Este es uno, pero enfrentarse a las llamas requiere todo un ritual de protocolos y precauciones.

El fuego no es su única tarea, sobre todo en invierno, lo mismo arreglan una mesa en un área recreativa, un bebedero o una fuente, que hacen una faja para agrandar un cortafuegos, cercados, vallados, incluso echan truchas en los ríos, «nos toca hacer de todo. Somos multifunción», sonríe y confiesa que sí, que hay mil cosas, pero el fuego es su prioridad, «por él lo dejamos todo», como con la novia de un amor adolescente.

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