
Cuando los negritos del Congo vieron llegar a los belgas del rey Leopoldo no sabían la que se les venía encima. Ahora hemos visto los … europeos llegar a Donald Trump y, aunque intuimos la que se nos viene encima, tampoco sabemos cómo actuar. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ha optado por la genuflexión extrema y besuqueante, elevando el listón del ridículo peloteril a niveles prodigiosos, que recuerdan mucho al Smithers de los Simpsons –con el agravante de que Rutte no es de dibujos animados–.
Sin embargo, da la impresión de que los acuerdos de la OTAN han sido menos lesivos, un intercambio de abalorios como no se veía desde la conquista de México. Todos los países se han comprometido a gastar el 5%, pero en el fondo ninguno lo piensa cumplir. España lo dice abiertamente, aunque basta con leer la prensa italiana para descubrir que tampoco Meloni está por la labor. Las matemáticas defensivas se han convertido milagrosamente en una ciencia inexacta: al 5% se puede llegar tan ricamente gastando solo el 2,1% o, como mucho, el 3,5% y ya iremos viendo. Lo mismo le da a Trump un ictus en noviembre y hay que echar cuentas otra vez. Sánchez ha sacado unos milloncejos que al parecer guardaba debajo del colchón y con eso nos apañamos por ahora.
En el gremio pelotazale, Von der Leyen también ha rayado a gran altura, aunque no tanto como Rutte. Su «sí, bwana» no ha venido precedido de sonrojantes mensajes de almíbar y reverencia, aunque también se ha visto obligada a ponerle ojitos al tío Donald. Tiene Trump un aire como de esclavista antiguo: le gustan que le bailen el agua y le digan todo el tiempo lo listo y lo guapo que es. Su masculinidad, tan extremadamente frágil, sitúa a sus interlocutores en una posición incómoda: o quedo yo en ridículo o este tipo nos la prepara. Luego están los capataces (esclavos a los que desprecia pero que se creen sus amigos), tipo Sandiego Obescal, aunque también había judíos trabajando para los nazis y la ciencia psiquiátrica ha explicado su comportamiento.
El otro día salieron los datos del paro en Estados Unidos, no le gustaron a Trump y despidió a la que llevaba las estadísticas. Yo de Sánchez le propondría un intercambio creativo, tipo NBA: nosotros le traspasamos a Tezanos y él, a cambio, nos baja cinco puntos los aranceles.
El problema del acuerdo con la UE es que, al contrario del gasto militar, las medidas no son remotas, sino asfixiantes e inmediatas. También absurdas. Observemos el caso del vino. Uno podría pensar que los productores americanos se estarán frotando las manos con estos nuevos gravámenes a las importaciones europeas. Sucede, sin embargo, al revés. Los vinateros de California o de Vermont están espantados porque temen que esta previsible subida de precios perjudique a los distribuidores –de los que dependen por completo– y acabe generando una espiral vinícola inflacionaria que solo conseguirá que los americanos cambien el vino por la cerveza. Y, para colmo, de momento a ellos les va a costar más dinero comprar en el extranjero corcho y botellas de cristal.
No sé si encontraremos la salida a este laberinto, que tiene la insidiosa particularidad de estar habitado por un minotauro fanfarrón y borracho de sí mismo.
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