Muere Sebastião Salgado, el fotógrafo que retrató la Amazonia

Viernes, 23 de mayo 2025, 17:39

«No utilizo la cámara como un arma», repetía Sebastião Salgado, considerado la mirada más comprometida y luminosa de la fotografía del último medio siglo, y que se apagó para siempre este viernes en París. Nacido en Aimorés, en el estado brasileño de Minas Gerais, hace 81 años, era el fotógrafo más brillante y respetado de su generación, una suerte de ‘Pepito Grillo’ de Occidente, dueño de una «conciencia de guardia» para el mundo rico, que no cejó en su labor en favor de los desheredados y de la defensa, con su cámara, de los paisajes más bellos y amenazados del planeta.

Dedicado a la fotografía desde los 29 años, tras trabajar para las agencias Sygma y Gamma, en 1979 se incorporó a Magnum Photos, donde permaneció hasta 1994. Ese año creó, junto con su esposa Leila Wanick, Amazonas Images, una agencia dedicada exclusivamente a su obra.

«El lenguaje más universal es el de la imagen. No necesita ser traducido y tiene un potencial enorme del que sólo conocemos su umbral», repetía el maestro brasileño, que dejó la economía por la fotografía para firmar series memorables, siempre en blanco y negro, como Trabajadores, Éxodos, Génesis o la reciente Amazonas.

Salgado era un hombre bondadoso que pasó más de medio siglo mirando el mundo a través del objetivo de su Leica, y que admitía: «Sentí vergüenza muchas veces de ser un ser humano». «No creo que mis fotografías vayan a cambiar el mundo, pero mi intención es que ayuden a comprenderlo», aseguraba, empeñado en mostrar «la megadiversidad» de la Tierra y hacernos comprender que «hemos destruido ya un 56 % de nuestro planeta, algo de lo que la mayoría de la gente no es consciente».


Fotografía de la exposición ‘Génesis’ de Sebastiao Salgado. La muestra refleja el esplendor de los paisajes de la Tierra.


Su retina se alió con su cerebro para ver más allá de lo que vemos el común de los mortales. Fotograma a fotograma, se forjó como el mejor entre todos los «cazadores de instantes». Sus imágenes, tan impactantes como enternecedoras, sencillas y directas, apelan a la conciencia. Un trabajo comprometido del que el espectador nunca sale indemne.

Afirmaba que lo suyo no era arte: «Son documentos con los que quiero, ante todo, provocar el debate», decía el temprano retratista de los refugiados, de los movimientos migratorios de masas, de los millones de desheredados que huyen de la necesidad y la miseria en los cinco continentes. Quería actuar como «un espejo» para la minoría rica —el 15 % de la humanidad que se mueve en el bienestar y el desarrollo económico— y que, por lo común, elude mirar hacia ese 85 % que no dispone de casi nada. Conoció de cerca la guerra y las miserias del mundo.

Premio Príncipe de Asturias 1998 y dueño de un apabullante palmarés, se pasó casi siete años recorriendo más de 40 países de los cinco continentes, compartiendo dificultades y avatares con los miles y miles de seres humanos forzados por la guerra, la explotación o la miseria al desarraigo, la marginación y la migración. Con afganos, kurdos, bosnios, kosovares, ruandeses, serbios, palestinos, se instaló en campos de refugio o recorrió el camino que conduce de la nada a las inmensas villas miseria que rodean todos los grandes núcleos urbanos del mundo pobre. «Todas esas miserias forman parte de la condición humana y la única manera de evitarlas en el futuro es mostrarlas y discutirlas de manera honesta», proponía el autor de Éxodos, «una radiografía del 85 % del planeta que se quedó en el pasado». Era la continuación natural de su empeño anterior, Trabajadores.

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