Roberto Castañares barre la entrada de su casa, en el número 2 de la calle La Barga de Viguera. Es el único daño que, milagrosamente, sufrió su vivienda: algo de suciedad, polvo, en el bajo. A un metro de la puerta todavía se agolpan los escombros. Enfrente, la casa más afectada y en la que aún no se permite habitar a sus propietarios, los únicos que permanecen desalojados después de diecisiete días desde que la torre de la iglesia de la Asunción se derrumbase el 23 de febrero.
Las labores de desescombro continúan, ya con maquinaria pesada. Esta semana se ha rescatado una tercera campana, que ayer permanecía al borde del terraplén, como contemplando el destrozo. Abajo, a pie de las casas de la calle Parte Iglesias, las últimas en las que los vecinos han podido regresar, una retroexcavadora seguía sacando material del derrumbe. Diario LA RIOJA contactó con tres de esos vecinos que tras doce días ya han podido regresar a sus casas y ninguno de ellos quiso hacer declaraciones.
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«Ese domingo no estábamos pero mi hermana me avisó enseguida. Vivir toda la vida aquí y no ver ahora la torre es un vacío enorme, produce nostalgia, porque estamos acostumbrados a verla y oír las campanas. Todo eso repercute en la persona, en el ánimo. No te dan ganas ni de venir», cuenta Roberto Castañares, cuya casa, que heredó de sus padres, es una segunda residencia. El vecino reconoce las molestias y daños sufridos por otros. Una familia ha perdido cuatro coches sepultados por los escombros. Otra, la de la casa más afectada, aún ni ha podido entrar en la vivienda. Ambas son de dos miembros del equipo de Gobierno de Viguera. Y los que menos, unos catorce vecinos de seis casas, han permanecido desalojados casi dos semanas.
La tercera campana rescatada tras el derrumbe y, abajo, la labor de desescombro.
Süleyman Evran/Sadé Visual

Las causas del derrumbe aún están por determinar. «Ahora tienen que estudiar los cimientos de la iglesia y a ver en qué queda. Yo suelo dejar el coche aquí y aquel día porque no estábamos que, si no, me lo hubiera enterrado también», admite Roberto. Eso sí, como profesional de la construcción Roberto asegura haberse fijado antes del derrumbe en «las rajas de la torre».
«Yo veía las grietas de abajo pero no las de arriba. Un vecino dice que oía ruidos por la noche», recuerda Roberto. «Por aquí pasa un regadío y ha podido haber una filtración. Tiempo atrás se limpió la sacristía y se detectó humedad. Todos los muros son piedra y tierra y cuando hay una filtración ablanda el cimiento, y con el peso que tenía…», reflexiona Roberto Castañares.
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