
En Camboya, el 18 de enero de 2007, poco antes de cumplir once años, el pequeño Mao jugaba con su amigo Lao, de trece, cerca … del puente de Battambang, cuando se encontró con un objeto extraño. Lo recogió del suelo y lo golpeó con una piedra. La explosión le alcanzó de lleno. Era una mina antipersona. En el hospital le salvaron la vida pero perdió completamente la visión del ojo izquierdo y sufrió la amputación de su mano derecha y de dos dedos de la izquierda. El jesuita y prefecto español Kike Figaredo, que vive en el país desde hace tres décadas, lo acogió en el Centro Pedro Arrupe de la ciudad, especializado en niños víctimas de minas o con graves discapacidades. Allí pudo continuar sus estudios. Hoy Mao Rattanak tiene vientinueve años, vive con su esposa Ña Molika, y sus cuatro hijos, Karona, Muta, Rachona y Rattanak, en una casa muy humilde que les regaló su madre. Su hermosa voz le permite trabajar varios días a la semana como cantante en bodas….
La de Mao es una de las historias que el fotorreportero Gervasio Sánchez cuenta en su proyecto ‘Vidas minadas. 25 años’, que expone en la Sala Amós Salvador de Logroño hasta el 18 de mayo de la mano de Cultural Rioja. Según explica, llevo trabajanda con víctimas de esta lacra desde septiembre de 1995. «En 1997, 2002 y 2007 -cuenta- presenté diferentes versiones de este proyecto que recorre la mayor parte de mi vida profesional. Hoy regreso con ‘Vidas minadas’, un grito contra una terrible injusticia y un drama diario».
Sánchez traspasa el objetivo de su cámara y se implica personalmente en las historias de las que es testigo y narrador; más que nunca en este proyecto y con estas personas, con las que ha seguido manteniendo el contacto desde que las fotografió por primera vez: «Me crucé con ellas en hospitales a punto de ser amputados o malheridos con posibilidades de morir o en centros ortopédicos, donde intentaban volver a andar con piernas de plástico».
Las víctimas más jóvenes como el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic o la mozambiqueña Sofía Elface Fumo tenían trece años. Ya han cumplido los cuarenta, han formado familias y viven rodeadas de hijas e hijos. Unas víctimas han tenido más suerte que otras. La angoleña Joaquina Natchilombo es una anciana de setenta años que tiene más de veinte nietos y es feliz porque ha regresado a las tierras familiares de sus padres, de las que huyó durante la guerra.
El salvadoreño Manuel Orellana ha formado una familia muy estable y es abuelo. El nicaragüense Justino Pérez ejerce de padre con una nieta de su actual pareja, después de perder la relación con sus dos hijos naturales, y es dueño de unos terrenos que ha pagado a plazos. El afgano Medy Ewaz Ali, al que conocí con ocho años, vive en Madrid junto a su hermana después de huir de su país tras la llegada de los talibanes al poder en el verano de 2021.
El kurdo Fanar Zekri, que perdió ambas piernas con seis años, ha cumplido los 34, se casó hace un año y sus princi pales objetivos son comprarse una casa y tener dos hijos. La colombiana Mónica Paola Ardila, ciega por la explosión con apenas siete años, batalla diariamente por superar el impacto emocional que le supuso el accidente con la mina y las múltiples violencias sexuales que ha sufrido desde la niñez ante el abandono total del estado colombiano.
Todas estas historias y algunas más protagonizan ‘Vidas minadas’. El propio Gervasio Sánchez comentará su exposición este miércoles y jueves, 12 y 13 de marzo (a las 17.00 y 19.15 horas). Un extraordinario documento contra las minas antipersona, que prolongan las guerras más allá de la paz oficial, el negocio armamentístico y las políticas que incumplen sus propias leyes de comercio. Y, pese a todo, un canto a la esperanza a través de las historias de supervivencia y superación de sus protagonistas.
Enlace de origen : Las minas no pudieron con sus vidas