María Ángeles Durán (Madrid, 1942) es una de las voces más autorizadas a escala mundial para hacer un diagnóstico sobre los avances o retrocesos, que los hay, en igualdad. Fue la primera mujer en España en conseguir el puesto de catedrática en Sociología y en 2019 también fue pionera en ser investida doctora honoris causa por la Universidad de La Rioja (UR), reconocimiento que hasta ese momento sólo habían alcanzado hombres. La distinción le llegó después de años analizando el papel de las mujeres en diferentes campos. Por su estudio sobre el trabajo no remunerado de ellas, el envejecimiento y los cuidados de las personas mayores ha sido reconocida a nivel internacional.
Su hipótesis, como así defendió durante su investidura en el campus riojano, es que el sistema sanitario sólo se hacía cargo el 12% del tiempo de los cuidados, el resto lo estaban poniendo sobre todo las mujeres fuera del sistema sanitario. Era 2019 y entonces también dijo que el siglo XXI sería el siglo del renacimiento de la mujer. La igualdad era, no obstante, una especie de espejismo: «Creemos que hemos conseguido la igualdad y no es verdad».
¿Ha cambiado algo desde entonces? Los avances, cuenta Durán en una conversación con este diario, son palpables en muchas cuestiones, «pero no en todo, creo que falta bastante», afirma. Hay aspectos en los que ese cambio es más visible, pero hay otros más profundos en los que esa transformación, a su juicio, es más complicada.
«Para que se dé un cambio legal basta con que haya una mayoría en el Parlamento, y un cambio en las ideas a veces va por delante del cambio legal y otras, por detrás». La igualdad también distingue entre lo público y lo privado, en este último ámbito los avances han sido menores que en el primero. De hecho, detalla Durán, varias encuestas del CIS en las que se pregunta a la población acerca de en qué campos se ha progresado más, muchas de las respuestas coinciden en señalar a la representación política «más que dentro de casa y en el trabajo».
Precisamente en el hogar se da uno de esos desequilibrios que parece enquistado en el tiempo. Las tareas domésticas siguen recayendo mayoritariamente en ellas. ¿Por qué? «Me gustaría dar una respuesta única y tajante, pero no es posible porque hay muchas causas y muchas circunstancias distintas», explica. En concreto, cree que a día de hoy hay situaciones nuevas, propias de este momento, que antes no se daban. Se refiere a la incorporación de los hombres, sobre todo jóvenes, a ciertas tareas que eran territorio femenino. «Algunos se desempeñan en hacerse cargo de lo que yo llamo trabajo no remunerado, más que doméstico». Los hombres, detalla esta catedrática en Sociología, «asumen parcelas bastante grandes» de estas labores. «Son jóvenes que se ocupan de los niños, cocinan, compran, pero sigue quedando mucho. ¿Por qué? Yo misma me hago esa pregunta, por qué no conseguimos llegar a la meta».
Asu juicio, hay unas razones que son meramente biológicas que lógicamente van a ser muy difíciles de cambiar. Se refiere a todo aquello que está relacionado con la gestación y la crianza los primeros años. «Aquí va a haber un hándicap porque es la mujer la que se queda embarazada y, entre otras cosas, también es la que tiene que tener mucho cuidado de no quedarse embarazada si no quiere».En la maternidad, explica, confluyen muchos aspectos, no sólo el hecho de la gestación, «sino de lo que sucede antes, el susto y el deseo y lo que sucede después, que en algunos casos los cuidados duran 40 o 50 años, no se deja nunca de ser madre».
La natalidad en España ha caído en picado en los últimos años y, a día de hoy, detalla, «hay un déficit de un hijo por mujer, ni siquiera llegamos al mínimo para mantener la población y si no desciende es porque está llegando población extranjera». De modo que, a su entender, en este intrincado camino hacia la igualdad hay un condicionante biológico, pero ¿cuánto pesa lo biológico y lo social? Antes, explica, el peso de lo biológico era del 100%, pero con el control de la natalidad ese porcentaje es cada vez menor. No obstante, la sola posibilidad de que la mujer pueda quedarse embarazada sigue condicionando a las empresas, «aunque no me atrevo a decir cuánto». «A mí lo que más me interesa es lo que se puede cambiar, la biología no se puede, pero sí que se puede cambiar la ley y los hábitos sociales», sentencia.
¿De sus palabras se puede deducir que la maternidad castiga a las mujeres? «La palabra castigar es muy dura», zanja. Por una parte, la describe como una «maravilla», que nos premia a las mujeres, pero por otra parte, cuando no se desea, «es un enorme castigo». «La sociedad hace pagar un precio muy alto en pérdida de otro tipo de oportunidades cuando teme que la mujer se pueda dedicar a la maternidad. La sociedad nos descuenta con creces la cantidad de esfuerzo que hay que dedicarle a la maternidad».
A juzgar por las palabras de Durán, el remedio a la falta de igualdad estaría ahora posiblemente más en el aire que años atrás. De hecho, asegura: «No estoy nada segura de que toda la sociedad quiera ofrecer soluciones». Su visión actual de Europa es que está inmersa en un péndulo que se dirige hacia una sociedad más conservadora «donde las mujeres probablemente van a tener que luchar mucho por conservar lo que han ganado, no digamos ya por defenderse de pérdidas». EE UU, que es la capital del imperio occidental, sería, en su opinión, un ejemplo de lo que podría ocurrir en Europa. «Se ha elegido un gobernante que pide un modelo muy tradicional de familia y son muchos los gobiernos en Europa que tienen una óptica mucho más conservadora que hace diez años».
Durán también cuestiona la existencia de un modelo de país a seguir. «Hace unos años –sostiene– no hubiera dudado de que todo el mundo se miraba en el espejo de los países escandinavos, pero siempre he sido muy prudente en decir que lo que sucede en otro país no se puede copiar sin más». En un país, añade, lo que se ve son unos cuantos indicadores, «pero a fin de cuentas no vemos lo profundo de su sociedad». El éxito, por tanto, es la conexión de esos indicadores con lo que no se ve, de ahí que «en España no se podría sin más copiar lo más externo de otros modelos porque podría entrar en colisión con aspectos más profundos de la sociedad que no encajarían». La conclusión, por tanto, es que buscar un modelo al que emular es muy complicado, «cada país tiene que inventar su propio modelo».
Hace escasos años los países escandinavos eran el modelo al que la igualdad aspiraba, pero hace 50 o 60 años «mucha gente habría dicho que había que mirar a la URSS. Las mujeres fueron las primeras en incorporarse a la industria, en salir al espacio… pero después se ha demostrado que han retrocedido a modelos más tradicionales».
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Enlace de origen : «La biología no podemos cambiarla, pero la ley y los hábitos sociales, sí»